El Novecientos uruguayo: un mapa crítico

Rafael Barradas con amigos en Polo Bamba, autografiada por J. W. Altuna. Fotografía: Gentileza Gabriel Peluffo.



Orsini Bertani retratado en la puerta de la Librería Moderna. Fotografía: Gentileza Pablo Rocca.



Ejemplar de Nuestros hijos. Comedia en tres actos. Editado por O. M. Bertani. Montevideo. 1909. Fotografía: Gentileza Pablo Rocca.



Pablo Rocca 

(Montevideo, 1963). 


Doctor en Letras por la Universidade de São Paulo. Profesor Titular de Literatura Uruguaya en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (Udelar), donde enseña también literatura brasileña. Fundó en 1999 y dirigió hasta 2016 el archivo literario de tal institución universitaria pública. Investigador, Nivel II, de la Agencia nacional de investigación e innovación. Enseñó en varias Universidades de Argentina, Brasil y México. Traductor del portugués, entre otros, de Machado de Assis, Murilo Rubião y Sergio Faraco. 


Entre sus libros: 35 años en Marcha (Crítica y literatura en el semanario Marcha y en Uruguay), 1991 [reed. corregida y ampliada en 2015]; Horacio Quiroga, el escritor y el mito, 1996 [reed. 2007]; Historia de la literatura uruguaya contemporánea, 1996-1997, codirección con Heber Raviolo; Ángel Rama, Emir Rodríguez Monegal y el Brasil: Dos caras de un proyecto latinoamericano, 2006; Las revistas culturales del Río de la Plata (1942-1964) (2009, I y 2012, II). Editó en 2016 la correspondencia entre Antonio Candido y Ángel Rama y en 2021, Historias tempranas del libro. Está en prensa un libro sobre vanguardias en la región platense y Brasil con acento en Uruguay.


Por Pablo Rocca

Universidad de la República


Un nombre exitoso & sus fuentes básicas


Cifra de una transformación en todos los campos en la cultura uruguaya, el Novecientos conoció una temprana catalogación en el tomo II de Proceso intelectual del Uruguay y crítica de su literatura, de Alberto Zum Felde (Montevideo, Imprenta Nacional Colorada, 1930). La apreciación de ese tiempo como etapa y, simultáneamente, categoría de una cultura –objeto de este artículo– no fue una cabal invención suya, puesto que de esa fecha redonda se hablaba corrientemente en Europa, tanto que sobrevivió hasta en una extensa (y notable) película de Bernardo Bertolucci de 1976 (Novecento), en que el ciclo histórico se estira hasta el fin del fascismo. Así de laxa puede llegar ser esta y cualquier periodización, más cuando la baraja el discurso ficcional.


Como sea, sin Zum Felde en Uruguay la denominación “Novecientos” –al igual que la de “generación de El Ateneo”– no habría tenido el éxito que sobrevive hoy, hasta en las taxonomías más rápidas y cristalizadas. Esa buena fortuna se pensó, sobre todo, en relación con la escritura más que con manifestaciones artísticas como la música o las artes visuales. Dentro de esa serie el Novecientos se entendió como el inicio de una verdadera edad de oro de la literatura uruguaya, que terminó por opacar y hasta por obliterar a casi todo el siglo anterior, del que sólo quedaron vivos algunos textos y algunos nombres creadores de esos textos. Correspondió a Zum Felde, también firme impulsor de estos descartes, la primera revisión amplia de la época en la que incluye una “generación literaria”, a la que él mismo perteneció si se entiende tal concepto como el del grupo etario bastante homogéneo y autoconsciente de su tarea. Zum Felde trabajó con la categoría generacional antes de que se pusiera de moda a través de los estudios de Julius Petersen (traducidos por el Fondo de Cultura Económica en 1947) y de sus intérpretes y exégetas españoles José Ortega y Gasset, Julián Marías y Pedro Salinas, los cuales inspirarán a Emir Rodríguez Monegal para sus persistentes trabajos sobre el período.


A favor o en contra vienen de Zum Felde las lecturas de la autoproclamada generación del 45 sobre sus predecesores del filo de dos siglos, con los que quieren encontrarse como continuadores de la mejor tradición literaria. Esa operación se cumple primero que nada en la voluminosa entrega monográfica de la revista Número (Nº 6-7-8, 1950), reimpresa como libro el mismo año, que contiene –fuera de numerosos trabajos particulares– el ensayo sinóptico “La generación del 900”, de Rodríguez Monegal, en el que a toda costa el entonces joven y siempre acrimonioso crítico trata de disputarle la primacía al precursor ya menos activo, pero aún presente. Otros dos panoramas se albergan en ese volumen: el de José Pereira Rodríguez dedicado a las revistas dirigidas por Julio Herrera y Reissig y el ensayo “Ambiente espiritual del Novecientos”, de Carlos Real de Azúa, estudio que inauguró –aún sin continuadores firmes– la investigación sobre la historia de las ideas estéticas en el país en una trama fina y compleja que incluye a las ideologías y las diferentes líneas de tensión entre la cultura y el pensamiento. Esa entrega triple de Número –sin mayores disidencias con Zum Felde– asentó el prestigio de parte de la grey literaria que se movió en Montevideo entre fines del siglo XIX y la primera década del siguiente. Se prescindió de algunas figuras que sólo desde 1990 empezaron a ser revalorizadas por diferentes motivos o por diferentes pesos (valoraciones políticas y culturales, de género, homoeróticas): Roberto de las Carreras, Álvaro Armando Vasseur, Ángel Falco, las hermanas Paulina y Luisa Luisi, el periodista y narrador Juan José de Soiza Reilly, Alberto Nin Frías, Pablo Minelli González (seudónimo: Paul Minelly), en este caso más que otros de los que rodeaban a Julio Herrera y Reissig y que, no por eso, carecían de obra propia. [1]


El ocaso de los sesentas, cuando se produjo una síntesis del trabajo de quienes lo hacían desde unos veinte años atrás, encontró dos resultados notables: Enciclopedia Uruguaya. Historia ilustrada de la civilización uruguaya (Montevideo, Editores Reunidos y Arca Ed.) y Capítulo Oriental. La historia de la literatura uruguaya (Buenos Aires- Montevideo, cedal). Estas colecciones ambiciosas, por primera vez en la historia local, semana a semana se vendieron durante el bienio 1968-69 en kioscos de todos los barrios montevideanos y a través del circuito de distribución de publicaciones periódicas en las ciudades del interior del país. La primera serie, bajo una dirección colectiva, encontró en Ángel Rama a su figura principal; la segunda, vinculada al gran proyecto que en Buenos Aires inventó Boris Spivacov, quedó a cargo de Real de Azúa, Carlos Maggi y Carlos Martínez Moreno. Enciclopedia Uruguaya fortaleció la visión de Zum Felde, aunque se generalizó a otros discursos en el ensayo La cultura del 900, de Roberto Ibáñez y admitió una primera incursión mixta (política y poética) de los estudios sobre la mujer (Sufragistas y poetisas, de Ofelia Machado Bonnet).


Unos y otros, además, retomaron consideraciones del muy respetado Pedro Henríquez Ureña en su volumen Las corrientes literarias en la América hispánica (México, fce, 1945). La generación del 45, al mando en estos dos proyectos divulgados en fascículos junto a un libro o folleto cuya operatividad aún se palpa, consagró algunas figuras de la poesía, la narrativa, el teatro y el ensayo novecentista: Delmira Agustini, Herrera y Reissig, Horacio Quiroga, Florencio Sánchez, Ernesto Herrera, Carlos Reyles, José Enrique Rodó, María Eugenia Vaz Ferreira, Javier de Viana, Carlos Vaz Ferreira. Los otros, como los ya nombrados y tantos más –por ejemplo Federico Ferrando o Guzmán Papini y Zás, recordados apenas por la polémica que desencadenó la muerte accidental del primero a manos de su amigo Quiroga, polémica que se publicó completa sólo en 2001– y, también las otras, como las aún inexploradas vidas y obras de la poeta Ernestina Méndez Reissig o de la poeta y ensayista Antonia Artucio Ferreira, si acaso quedaron en el espacio de la nota al pie.


Aunque en un pequeño desvío, que permitió la publicación de dos folletos de la obra de Ferrando a fines de esa década, el archivo y centro de investigación oficial Instituto Nacional de Investigaciones y Archivos Literarios, fundado por Roberto Ibáñez en 1945 y transformado a mediados de la década del sesenta en Departamento de Investigaciones de la Biblioteca Nacional, bajo la responsabilidad de Arturo Sergio Visca, difundió muchos materiales ignorados o inéditos, en general para mayor gloria de las figuras entendidas como principales. La Revista de la Biblioteca Nacional, fundada en 1966, todavía hoy da ostensible cuenta de esta valiosa elección generalizada, que se verifica, casi sin alteraciones a esta corriente central, en la Revista de la Academia Nacional de Letras, antes publicada como Boletín de esta institución.


Los textos de los postergados quedaron para posteriores exhumaciones no sólo en libros de autor sino, tal vez más, en revistas literarias como La Revista del Salto, dirigida por Quiroga en la ciudad litoraleña; Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales, dirigida por Rodó, Víctor Pérez Petit y Daniel Martínez Vigil; La Revista y, luego, La Nueva Atlántida, bajo la conducción de Herrera y Reissig; Apolo, de Manuel Pérez y Curis, escritor y animador cultural decisivo de la época, entre otras. Se los puede hallar en el activo periodismo de la época, sobre todo en los diarios El Día, fundado por José Batlle y Ordóñez con el apoyo financiero de su amigo de juventud Roberto de las Carreras; El Tiempo, dirigido por Domingo Mendilaharsu, exministro y embajador en París, padre del poeta Julio Raúl Mendilaharsu, periódico en el que Rodó escribió con frecuencia; La Tribuna Popular, y otros.


Esa especie alterna de la labor historiográfica, las antologías, no fueron abundantes en la época de ebullición de la escritura novecentista. Una hubo que contiene un prólogo titulado “La poesía del Uruguay, sus orígenes y su desenvolvimiento”, y que sirvió como primer mirador de esta generación, que pareció saber que renovaba el mundo del arte. Se trata de la más bien desoída El Parnaso Oriental. Antología de poetas uruguayos con prólogo y notas crítico-biográficas, Raúl Montero Bustamante (compilación, prólogo y notas. Montevideo, 1905). Muchos de los allí reunidos, como se dijo, quedaron en zona de sombra, en gran medida por causa de la valoración esteticista que propulsó Zum Felde, aceptada sin mayores dudas. Sobre esos menos estimados agregó un tardío pero importante testimonio la Antología de poetas modernistas menores, preparada por Arturo S. Visca para la Biblioteca Artigas, Colección de Clásicos Uruguayos, del Ministerio de Educación y Cultura (1971). A pesar de que el título los menoscaba, este volumen salvó de la penumbra a muchos, aunque los condenó a un rinconcito entre los clásicos nacionales.


Tanto las principales editoriales en las que, directa o indirectamente, tenían intervención quienes participaron de estos planes últimos (Arca y Banda Oriental) como, sobre todo, la Colección de Clásicos Uruguayos –en la que tuvo gravitación fundamental la opinión del historiador y luego ministro (1962-66) Juan E. Pivel Devoto–, ayudaron a consagrar los nombres estelares del Novecientos. De algunos, como Rodó y Reyles, se publicó la mayor parte de su obra en la editorial del Estado que ha persistido desde 1953 a la fecha, con varios largos hiatos, ya en el volumen 218. De ahí, el dominio pasó a la Educación Secundaria, cuyos programas de Literatura fueron elaborados, como es de prever, por los mismos que incidieron en uno o en varios de estos círculos a la vez, a corto o a largo plazo.


Antes, en esa elección oficial que redundó en editoriales privadas y aun relacionadas con una perspectiva crítica y de izquierda, pesó lo que podríamos llamar un precanon armado sobre todo por las tres librerías y editoriales del Novecientos: la del gallego Antonio Barreiro y Ramos, que se instaló en la década del setenta del siglo XIX y comenzó a funcionar como editorial a fines de esa década, publicando las obras de Daniel Muñoz, Juan Zorrilla de San Martín, Francisco Bauzá y Eduardo Acevedo Díaz, entre tantos otros. [2] Luego, el italiano Orsini Bertani, quien tuvo dos librerías, un cine, un comedor popular en el que distribuía libros entre sus comensales –y que se fundió pronto–, una casa editorial en que editó, más filantrópica y generosamente que como actividad bien rentada, a Javier de Viana, Vasseur, Delmira Agustini, Herrera y Reissig, Ernesto Herrera, Sánchez, entre quienes serían los tempranos clásicos uruguayos. Por último, unos años después la Bolsa de los Libros, del gallego Claudio García, abrió un sello editorial en el que la colección Biblioteca Rodó (1930-45), dirigida por el poeta Ovidio Fernández Ríos, difundió títulos de Reyles, Viana, Roberto de las Carreras y casi todas las obras de Quiroga. No existiría la literatura moderna sin estos editores –y otros, como Maximino García y José María Serrano, editor este último de la obra final de Rodó–, cuando ya había público curioso por lo escrito en estas latitudes. A estos libreros-editores habría que atribuir esa consagración del Novecientos como el kilómetro cero de la literatura uruguaya. [3]


Otros horizontes poco antes y después de 1973


Siempre si nos atenemos a las visiones sinópticas sobre el Novecientos, varios exiliados a causa del golpe de Estado de 1973 concluyeron desde mediados de la década siguiente trabajos en parte deudores de las lecturas de Ángel Rama, con el rescate de otras miradas y otras figuras, dentro de la impronta de la sociología de la literatura: primero, Poesía y sociedad. Uruguay (1880-1911), de Hugo Achugar (Montevideo, Arca, 1985), consecuencia de su tesis de doctorado cumplida en los Estados Unidos. Otro aporte también emanado de esta práctica de escritura académica antes invisible y en Uruguay apenas posible, es el volumen Caudillo, Estado, Nación. Literatura, historia e ideología en el Uruguay, de Abril Trigo (Gaithersburg, Hispamérica, 1990). Versiones más historiográficas y culturales –es decir, menos atadas a lo propiamente estético– aparecieron tardíamente, pero renovaron el tema.


En rigor, hubo un trabajo precursor: Las mentalidades dominantes en Montevideo (1850-1900), de Silvia Rodríguez Villamil, cuya primera parte publicó Ediciones de la Banda Oriental en 1968 sin mayor repercusión, tal vez porque el auge de la historia política y económica desplazaba este tipo de estudios. En otro clima intelectual este libro fue reeditado y completado por el mismo sello en 2008, con prólogo de Mónica Maronna, junto a la obra Escenas de la vida cotidiana. La antesala del siglo XX (1890-1910), en el que Rodríguez Villamil trabajó hasta los últimos días de su vida. En cambio, otros textos que importan para nuestro enfoque tuvieron inmediato predicamento, tal vez más como marco de la historia política que por su contribución a la vida cultural. Primero, el tomo I de Batlle, los estancieros y el imperio británico, de José Pedro Barrán y Benjamin Nahum, titulado El Uruguay del Novecientos (Montevideo, Banda Oriental, 1979). Años después apareció el tomo II de la Historia de la sensibilidad en el Uruguay. El disciplinamiento (1860-1920), de Barrán (Montevideo, Banda Oriental, 1990) que, con el tomo precedente de esta obra (La cultura bárbara), se convirtió en un clásico inmediato con grandes niveles de lectura y discusión en el medio local entonces, y amplia repercusión entre historiadores argentinos después. En ese mismo sentido, con algunos registros del hecho literario, para decirlo con el sintagma de Iúri Tinyánov, pueden verse diferentes estudios en el tomo II de Historias de la vida privada en el Uruguay (Montevideo, Taurus, 1996), plan general dirigido por Barrán, Gerardo Caetano y Teresa Porzecanski y Los uruguayos del Centenario. Nación, ciudadanía, religión y educación (1910-1930), volumen colectivo organizado por Caetano (Montevideo, Taurus, 2000). Otras dos obras posteriores y también colectivas abrieron el abanico de la creación literaria, aunque la dejaron en el centro: El 900, coordinado por Óscar Brando (Montevideo, Cal y Canto, 1999); Uruguay, imaginarios culturales, desde las huellas indígenas a la modernidad, dirigido por Achugar y Mabel Moraña (Montevideo, Trilce, 2000). El último tomo se pensó dentro de un plan, que no continuó, y que cubre un espectro mucho más grande y, por lo tanto, inespecífico.


La otra historia


A diferencia de otros países, y al margen de algunos ejemplos honrosos pero muy reducidos, Uruguay carece de una historia anecdótica del período. En términos generales, casi todos estos aportes se reducen a Montevideo –descontados algunos estudios también precursores de Washington Lockhart localizados en el departamento de Soriano–, una marca del habitual proceso de centralización que suele reproducirse por toda América Latina. Es posible reconstruir algo, como si fuera un trabajoso puzle, ya que abundan las crónicas y recuerdos, entre los cuales están en primera fila los textos de Josefina Lerena Acevedo de Blixen, y no sólo su tardío y decisivo Novecientos (Montevideo, Ediciones del Nuevo Mundo, 1967). Otros autores, como Juan Carlos Sabat Pébet, de quien no se han reunidos sus artículos siempre informados, agudos y bien escritos, dispersos en el diario El Día y otros periódicos, nos permiten saber en cuentagotas sobre algunos pasos de aquellos tiempos, como la visita de Rubén Darío en 1912 a Montevideo y San José o los estrenos dramáticos y su clima.


Los países vecinos llevan ventaja, entre tantos otros sectores del campo humanístico y desde hace años. Tanto Brasil como Argentina cuentan con obras que cubren esa zona anecdótica y costumbrista, como en el libro excepcional A vida literária no Brasil, de Brito Broca, [4] o el agudo ensayo sobre la vida cultural porteña del período de Jorge B. Rivera: La bohemia literaria (Buenos Aires, cedal, 1981). Con todo, algunas antologías uruguayas relacionadas con la vida cultural, sobre todo en el ámbito del café y las tertulias de escritores, han tratado de rescatar textos de diferentes épocas remitidos al ciclo 1900-1915. Entre otras:

1) La mala vida en el 900, Antonio Ferrán [seud. de Ángel Rama] (selección y prólogo) (Montevideo, Arca, 1967), en la que se puede ubicar diferentes piezas (algunas recortadas) sobre delitos, hábitos en los barrios más desfavorecidos, prostitución, alcoholismo, etcétera. [5] 

2) El tiempo viejo: cronistas y memorialistas, Carlos Real de Azúa (Selección, ordenación y títulos) (Buenos Aires, cedal, 1968).

3) La selección sobre este período y las cuestiones literarias fue la que realizó Carlos Martínez Moreno, y que acompaña El aura del Novecientos, entrega 11 de Capítulo Oriental: el volumen antológico Color del 900. (Buenos Aires, cedal, 1968).

4) La monografía de Aníbal Barrios Pintos Pulperías y cafés. Instituciones substanciales del vivir oriental (Montevideo, Talleres Gráficos de Editorial Acción, 1973), contribuyó con una visión sintética aunque de mayor alcance temporal. 


En 1981 el historiador Alfredo Castellanos publicó La belle epoque montevideana (Montevideo, Arca), reunión de fragmentos de crónicas y textos periodísticos sobre el período. En esa misma dirección divulgativa desde comienzos de la década del noventa preparé algunas antologías; paralelamente escribí algunos trabajos que trataron de recuperar varios textos de esta línea testimonial olvidada y clave para la comprensión de la época. [6]


Clima cultural y sensibilidades


El 6 de octubre de 1895 el escritor carioca Magalhães de Azeredo, quien ocupaba un puesto diplomático en Montevideo, le escribe una larga carta a su maestro Machado de Assis, en la que incluye un apunte comparativo entre la vida cultural de esta ciudad con la capital del vasto país: “Si acá no nos divertimos mucho –dice– no es, hay que reconocerlo, culpa de los orientales. Pues si sólo este año Montevideo aunque chiquita, tuvo tres compañías líricas –¡y en Rio no hubo ninguna!– ”. [7]


Contra lo que suele pensarse, quizá más por falta de investigación que por otra causa, desde hacía varias décadas la capital uruguaya era una ciudad más propensa a que una minoría se acercara a la vida cultural más refinada. Ese acercamiento entre otras razones puede vincularse al proceso de occidentalización temprano, a que las costumbres eran menos envaradas que en zonas cercanas, a que la lectura empezó a promoverse con niveles de éxito creciente, a que la reforma educativa imaginada por José Pedro Varela en la década del setenta dio sus resultados más ostensibles a comienzos de la siguiente centuria, a que algunas mujeres de los sectores dominantes podían, en ocasiones, gozar de algunas libertades, y hasta incorporarse lentamente a la educación media, cuando en 1912 se instaló un liceo público en cada capital departamental. Al mismo tiempo se sucedían las corridas de toros de la Unión (hasta 1890) o espectáculos de payadas, como en la multitudinaria presentación de Gabino Ezeiza en el centro de Montevideo en junio de 1884, [8] o las festividades de Carnaval, acerca de lo que hay una abundante bibliografía cercana, o los bailes en diferentes locales, desde los más elegantes del Club Uruguay (que aún está frente a la Plaza Matriz en la vereda sur) hasta los que a pocas cuadras ocurrían en los prostíbulos.


La Biblioteca Nacional (o Biblioteca pública y Museo, como se la llamaba entonces) había sido muy endeble, aunque comenzó a fortalecerse por 1885, cuando comenzó la gestión de Pedro Mascaró y Sosa, durante el régimen del Gral. Máximo Santos, del que Mascaró era medio hermano. [9] Junto a esta se vigorizaron bibliotecas privadas, como la del Club católico, organizada por Zorrilla de San Martín y Francisco Bauzá, y sobre todo la del Ateneo de Montevideo, sin la cual no se hubieran formado los hermanos Carlos y Daniel Martínez Vigil y el mismo Rodó. Este último acervo bibliográfico aún existe en su estado casi original, pero cerrado al público desde hace décadas.


Por las ciudades del interior, más que nada las capitales de Departamento, antes de que el Estado asumiera sus responsabilidades utilizando los liceos como plataforma para el desarrollo de bibliotecas fueron decisivos los clubes sociales, muchos de los cuales aún existen. Con estos, algunas instituciones de enseñanza privada formaron sus bibliotecas prestando este gran servicio para asentar una cultura letrada, que tuvo sus resultados ostensibles en las décadas siguientes. [10]


Más que las librerías, en la capital, en el Novecientos el café se transformó en el centro de encuentros y debates. Por ese ámbito se impuso la clase media emergente, de origen inmigratorio en buena medida, que copó la vida cultural sustituyendo al patriciado. Hombres, sobre todo. La moral burguesa ordenaba que las mujeres se detuvieran en la puerta del café, censura quebrada por la española Juana Buela, quien concurría a la mesa de sus compañeros en el “Polo Bamba”, antes o después de participar en alguno de los numerosos círculos anarquistas que existían por Montevideo hacia 1900. [11] Unos años después, hasta en el más “serio” “Tupí-Nambá” no era bien visto el ingreso de una mujer, algo que cotidianamente desafió la jovencita Blanca Luz Brum, “la única poetisa que se animaba a entrar sola al café, siempre mordisqueando un membrillo, y en pos de Parra del Riego, con quien estaba de novia”, informa Manuel de Castro. Sea como fuere, en el ciclo que nos importa detenernos, entre 1900 y 1915, las fotografías supervivientes de las mesas de estos dos cafés montevideanos sólo muestran grupos de hombres. Hombres más bien jóvenes o de mediana edad con mostachos de puntas alzadas, trajes oscuros, corbatines, sombreros aludos o galeritas y cigarrillos casi unánimes.


Los dueños de los principales cafés del Novecientos –mencionados en su Novecientos por Josefina Lerena Acevedo, quien nunca los pisó dada su juventud y las restricciones que le imponía su grupo por ser mujer–, eran los hermanos Severino y Francisco San Román. Los dos llegaron en el mismo barco a Montevideo en el año 1872, procedentes de su Galicia natal. El “Polo Bamba” se inauguró el 25 de julio de 1885, fundado por Francisco San Román en la calle Colonia núms. 6 y 8. Cuatro años después, su hermano Severino compró el negocio. Alberto Lasplaces observó que esa ubicación entre las calles Florida y Ciudadela le permitió atraer numeroso público, ya que estaba “a pocos metros de la Plaza Independencia, cerca de la Casa de Gobierno, de las Cámaras Legislativas, de los teatros Solís y Urquiza y de las redacciones de los diarios El Día, El Siglo [cuyo lema era “diario de las clases conservadoras”], La Razón y El Tiempo, que constituían la prensa metropolitana de aquella época”. Su situación mejoró en los primeros años del siglo XX cuando se mudó a un local “más adecuado y más estratégicamente colocado, en la esquina de la Plaza Independencia y calle Ciudadela”, donde en 1914 cerró definitivamente. Estaba en “una casa vieja de dos pisos, bastante abandonada, [donde] un amplio salón […] se abría en amplios ventanales […] por los que se veía todo lo que pasaba afuera”. En esta última locación, el “Polo Bamba” alcanzó la plenitud de la bohemia y el seguro camino hacia la ruina económica. Tal desmesura se atemperaba en el “Tupí-Nambá”, que Francisco San Román abrió al público el 8 de mayo de 1889 en la esquina de Buenos Aires y Juncal, con frente al Teatro Solís. Francisco manejó su negocio con habilidad y pericia. En lugar de privilegiar a los clientes fragorosos y poco lucrativos, mantuvo un clima más reservado. Algo de esto notó el andaluz montevideano José Mora Guarnido, testigo de su última hora, quien lo calificó como “un hombre amplio y cortés, pero práctico”. [12] En cambio, Severino San Román se sumaba a las discusiones sobre la filosofía de Marx o de Bakunin, que empezaban a llegar a estas orillas, o estimulaba a los hacedores de versos. Él mismo solía treparse a una silla y recitaba pasajes de alguna de sus cuatro piezas dramáticas, que llegó a editar en sencillos y delgados folletos. Otro marginado del Novecientos literario u otro archivado como agitador cultural.


Los patricios observaron estas mutaciones de la vida cultural con desdén o con temor. Para definir al patriciado desde la superación de las categorías clásicamente marxistas o de la mera distinción entre clases, posiciones que le parecieron insuficientes por minimizar factores mentales, espirituales y simbólicos, Carlos Real de Azúa efectuó un temprano esfuerzo teórico, que aún merece mejor vida. Real de Azúa recuperó la dicotomía entre patricios y plebeyos, que viene del Imperio romano, y lo trasplantó a la pequeña república:


Ser patricio implica, para comenzar, una situación superior en la jerarquía social, significa pertenencia a las llamadas “clases altas”. También el arraigo en la sociedad: la misma noción patricia connota vinculación estrecha a un destino histórico. […] un cierto grado de vinculación con la ciudad, de apego a formas civiles de vida; un mínimo de dignidad o decoro exterior que marque la importancia de la persona en su continente, en su presencia dentro del ámbito de deliberación y de lucha. [Ser patricio comporta] una cultura […] de un perfil vital que se sostiene en un núcleo de creencias y en la actitud que ellas determinan. [13]


A ese grupo de las familias que fundaron el país o que desde sus comienzos lo dominaron pertenece Josefina Lerena Acevedo, casada luego con un hombre de origen nórdico. Matizada o imaginada por el poder del recuerdo la anciana Josefina Lerena recrea una atmósfera desde esa óptica. Su crónica, que es memoria, narración literaria y testimonio trae aquel mundo que vivió o cree haber vivido en su infancia y adolescencia, pero sin la ayuda teórica de Real de Azúa sería más difícil entenderla. Aun más, es muy probable que la propia autora haya tenido presente El patriciado uruguayo, publicado seis años antes que su libro, que una vez publicado le remitió a Real de Azúa, de quien recibió una rápida carta amable e intensa. Confesó haberlo leído el mismo día de su llegada “y de un tirón”. [14] Ida y vuelta: El patriciado uruguayo reflexiona sobre un grupo humano fundador y hegemónico en el país; Novecientos se escribe apoyándose en esas proposiciones a las que da sentido narrativo, pero ya no para hablar del poder económico, sino de una sociedad vista por una muchacha de ese grupo rector. Para Real de Azúa es la confirmación de una teoría, para Josefina Lerena Acevedo un punto de apoyo para articular el conjunto de piezas que, tímidamente, había anotado y hasta publicado en algunos libros que habían recibido premios oficiales, pero que apenas habían circulado entre amigos. El Novecientos era la última estación segura para ese grupo social y para esa sensibilidad, que iba a encontrar un refugio en el texto de una espectadora inigualada.


Notas: 

1. Dejando a un lado nuevos y en general bastante abundantes estudios y ediciones sobre los autores canónicos (Quiroga, Rodó, Herrera y Reissig, Florencio Sánchez, Delmira Agustini, Carlos y algo menos María Eugenia Vaz Ferreira), entre los trabajos que revisaron las estimaciones anteriores, más allá de la disparidad de alcances y hasta de niveles y penetración, podrían destacarse: “Roberto de las Carreras: Los futuros del varón”, Uruguay Cortazzo, en El País Cultural, Montevideo, 12/IX/1997: 1-2. El otro Novecientos. Poesía social uruguaya, Carlos Zubillaga (antología y prólogo). Montevideo, Colihue-Sepé, 2000. “Alberto Nin Frías: El «mirlo blanco» del Novecientos”, Carina Blixen, en El País Cultural, Montevideo, 23/VIII/2002: 12. La degeneración del Novecientos, Carla Giaudrone. Montevideo, Trilce, 2005. La mejor de las fieras humanas. Vida de Julio Herrera y Reissig, Aldo Mazzucchelli. Montevideo, Taurus, 2009 [Incluye, fuera del estudio sobre Herrera, información novedosa sobre varios poetas de su cenáculo]. El legado de las hermanas Luisi. Cien años después, Sara López. Montevideo, udelar/fhce, 2013. El amor libre en Montevideo. Roberto de las Carreras y la irrupción del anarquismo erótico en el Novecientos, Marcos Wasem. Montevideo, Banda Oriental/ Biblioteca Nacional, 2015. Anarquismo en el Novecientos rioplatense. Cultura, literatura y escritura, Leandro Delgado. Montevideo, Estuario, 2017. Alberto Nin Frías: una tumba en busca de sus deudos, José Assandri. Montevideo, Estuario, 2018. Flores negras. Poesía y anarquismos en el Uruguay del Novecientos, Daniel Vidal. Montevideo: Astromulo, 2020. Sí, soy uruguayo, pero…, Juan José de Soiza Reilly, Alejandro Ferrari (ed.). Montevideo, + Quiroga ed./mec/Fondo Concursable para la Cultura, 2020.


2. Un estudio erudito sobre los primeros tiempos de la librería de Barreiro y la de su precedente Real y Prado: “Inmigración europea, artesanos y formación del capital en la temprana industrialización del Uruguay, 1870-1914: Los inmigrantes españoles y el sistema comanditario-familiar. El caso del librero y editor Antonio Barreiro y Ramos (1851-1916)”, Alcides Beretta Curi, en Inmigración europea, artesanado y orígenes de la industria en América Latina, Alcides Beretta Curi (coord.) Montevideo, udelar, fhce, 2015: 225-260.


3. Una sola muestra de la continuidad de este modelo son los prolijos apuntes que con el antetítulo de “Guía para el estudiante” sobre la generación del 900 aparecieron en el semanario Opinar, Montevideo, redactados por la profesora Graciela Mántaras Loedel (entonces destituida de su cargo por el régimen dictatorial), entre los números 54 y 59, del 10 de diciembre de 1981 a 14 de enero de 1982.


4. Publicado originalmente en 1960. La edición más completa que conozco: 5ª ed. revisada y corregida: Rio de Janeiro, Academia Brasileira de Letras, 2005.


5. El título reconoce un antecedente, que no menciona, en el ensayo positivista La mala vida en Buenos Aires, Eusebio Gómez, originalmente publicado en 1908 y del que hay reedición con estudio preliminar de Eugenio Raúl Zaffaroni: Buenos Aires, Biblioteca Nacional, 2011.


6. Me refiero a Montevideo, altillos, cafés, literatura, Pablo Rocca (antología y prólogo). Montevideo, Arca, 1991. La más general De la Patria Vieja al Centenario, Pablo Rocca (recopilación, advertencia y notas preliminares). Montevideo, Banda Oriental, 1992, donde se puede encontrar la crónica “El té”, de Josefina Lerena Acevedo de Blixen. Polémicas literarias del 900, Autores varios. Montevideo, Banda Oriental, 2001. (Recopilación, prólogo y notas de Pablo Rocca). La vida bohemia (Cronicones montevideanos), Manuel de Castro. Montevideo, Banda Oriental, 2005 (Antología, prólogo y notas de Pablo Rocca). “Las ediciones populares de Claudio García (un proyecto cultural y su época, 1900-1945)”, Pablo Rocca, en Anuario del Centro de Estudios Gallegos, Montevideo, udelar/ fhce / cegal, 2005: 87-108; “Dos Cafés, una cultura urbana. Lugares del «Polo Bamba» y el «Tupí-Nambá»: Los hermanos San Román”, en Anuario del Centro de Estudios Gallegos, Montevideo, udelar/ fhce / cegal, 2006: 125-137; “Editar en el Novecientos (Orsini Bertani y algunos problemas de las culturas material y simbólica)”, Pablo Rocca, en Orbis Tertius, La Plata, v. 18, 2012: 1-32.


http://www.orbistertius.unlp.edu.ar/article/view/OTv17n18d05/4892; “Vida y milagros de Orsini Bertani”, Pablo Rocca, en Letras de Hoje, Pontifícia Universidade Católica de Rio Grande do Sul, v. 53, n. 2/2018: 275-286 [Número especial dedicado a Teoria e Práticas da Biografia, organizado por Maria Eunice Moreira (PUCRS – Brasil) y Ana Caballé (Universidad de Barcelona) http://dx.doi.org/10.15448/1984-7726.2018.2


7. Correspondência de Machado de Assis. Tomo III (1890-1900). Rio de Janeiro, Academia Brasileira de Letras, 2011: 119. (Coordenação e orientação Sergio Paulo Rouanet. Reunida, organizada e comentada por Irene Moutinho e Sílvia Eleutério). La traducción del pasaje nos corresponde.


8. “Los poetas-payadores de la modernización (Un desafío para la historia de la lírica rioplatense)”, Pablo Rocca, en Miscelanea, Assis (São Paulo), vol. 14, julio-dezembro 2013: 9-30. [Edición electrónica publicada en diciembre de 2014: http://www.assis.unesp.br/#!/pos-graduacao/cursos/letras/revista-miscelanea/edicoes/volume-143416/ Edición impresa publicada en febrero 2015].


9. La Biblioteca Nacional de Montevideo, Arturo Scarone. Montevideo, Talleres Gráficos del Estado, 1916. “Pedro Mascaró y Sosa y la Biblioteca Nacional”, Julio Speroni Vener, en Revista de la Biblioteca Nacional, Montevideo, Nº 9, julio 1975: 55-66. Desgraciadamente carecemos de una historia de la Biblioteca Nacional desde 1916 a la fecha, salvo algunos acercamientos parciales, como el muy importante trabajo de Speroni. Un intento aparecido en un número reciente de la Revista de la Biblioteca Nacional (Montevideo, núms. 11-12, 2016) cubre sólo algunos limitados momentos, en general cercanos.


10. La bibliografía sobre cada departamento es dispersa, muy irregular en calidad y, a veces, casi nula. Sería muy largo detallar caso por caso. Una relevante aproximación, aunque no se encuentra orientada hacia la cultura: Historia regional en Uruguay, Arturo Bentancur. Montevideo, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, 1993.


11. Véase Historia del movimiento sindical uruguayo, Carlos Zubillaga y Jorge Balbis. Montevideo, Banda Oriental, 1985-1992 (cuatro tomos). [Especialmente: Tomo I, Cronología y Fuentes (Hasta 1905), 1985; Tomo II, Prensa obrera y obrerista (1878-1905), 1986; Tomo IV, Cuestión social y debate ideológico, 1992]. “Luchas populares y cultura alternativa en Uruguay. El Centro Internacional de Estudios Sociales”, Carlos Zubillaga, en Siglo XX. Revista de Historia, Monterrey, Nº 6, Facultad de Filosofía y Letras - Universidad Autónoma de Nuevo León, julio-diciembre 1988: 11-39. Sobre la presencia de Juana Buela en el “Polo Bamba”, véase Barrios Pintos, op. cit.: xii-xiii. La referencia a Blanca Luz Brum en “Cafés y cenáculos literarios en un cuarto de siglo (1918-1945)”, Manuel de Castro, en Montevideo, altillos…, op. cit.: 136. (Originalmente en El País, Montevideo, setiembre de 1959). De fines de los años veinte debe ser el recuerdo de este mismo cronista, quien evoca el pasaje circunstancial de la escritora española Mercedes Pinto por su mesa del “Tupí-Nambá”. Véase “Evocaciones del Viejo Tupí”, en La vida bohemia…, op. cit.: 36. Originalmente en La Mañana, Montevideo, 18/II/1956).


12. “Panorámica y postrimerías del Tupí-Nambá”, José Mora Guarnido, en Montevideo altillos…, op. cit.: 108. (Originalmente en Revista Nacional, Montevideo, Nº 202, octubre-diciembre 1959).


13. El patriciado uruguayo, Carlos Real de Azúa. Montevideo, Banda Oriental, 1981. (Prólogo de Tulio Halperin Donghi): 14-15. [1961].


14. La carta está fechada el 15 de abril de 1967, incluida en Perfil del Novecientos. Josefina Lerena Acevedo de Blixen y su obra, Rubinstein Moreira. Montevideo, Talleres Gráficos de Shera’a s.r.l., 1978: 95-96. 


* Especial para Hilario. Artes Letras Oficios



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