Antecedentes del cuchillo criollo: una invitación al debate [1]

Cuchillo flamenco recuperado de la ribera del río Támesis, en Londres, datado hacia el año 1500. Tiene el cuño del fabricante (un pez), cabo de cachas de madera aseguradas por dos pasantes y parte distal de una aleación de cobre.  Colección del autor.



De carácter excepcional, los restos de un cuchillo datado hacia 1750. La pieza fue localizada en la costa del Río de la Plata, en Ensenada, provincia de Buenos Aires. 



Cuchillo a la española o bayoneta de taco con su hoja en forma de Bowie. Circa 1850. Colección del autor.



Distintas formas de cuchillos líticos tallados por nuestras poblaciones aborígenes patagónicas. Piezas exhibidas en un Museo de Bariloche.



Entre los cuchillos fabricados por Artillería, la Fábrica Nacional de Toledo, encontramos hacia 1900 la presente versión, con un formato muy similar al cuchillo criollo.



Guido Chester

Guido Chester nació en Buenos Aires en 1956. Abogado (UNNE), Master en Ciencias Sociales (FLACSO) y Doctor en Historia (UTDT). Desde hace décadas se interesa por los cuchillos de todo tipo, en especial los criollos, y su historia. Es autor de libros sobre diversos temas, incluyendo novelas de ficción. Su obra más difundida es Cuchillos Argentinos: Plateros y Marcas y la más reciente, AMIA: la ciudadanía cuestionada. Reside en Buenos Aires.


Por Guido Chester *

Hace más de dos décadas, Roberto Vega se preguntaba cómo eran los cuchillos que el gaucho de a caballo portaba en su cintura ya en el siglo XVIII. Y decía: «A la luz de datos escritos y ante la ausencia de piezas hoy conservadas, imaginamos que estos eran fabricados por manos artesanas (por lo general, herreros); con hojas recicladas de espadas y sables, y hasta de otros hierros encabados en trozos de madera y en astas de vacuno» [2].

 

Algo hemos aprendido desde entonces sobre su origen y su particular forma, aunque todavía queda mucho por revelar. Este artículo trae algunas certezas y es una propuesta a los lectores para que compartan nuevas ideas o refuercen las aquí presentadas con otros datos o reflexiones.

 

El cuchillo criollo consiste en una hoja de acero al carbono oxidable de entre 15 y 30 cm de longitud, unos 3 cm de grosor y un espesor junto al cabo (su parte más gruesa) de entre 3 y 5 mm. La forma es triangular conformada por un triángulo muy agudo de unos 25 grados entre la línea superior y el filo. La espiga de metal es redonda y está unida a la hoja mediante un botón (generalmente de forma cuadrada o cuadrada con sus ángulos redondeados) [3]. La hoja, la espiga y el botón son una pieza única obtenida del forjado de una pieza de acero.  El cuchillo criollo tiene un contrafilo o falso filo en su parte superior de un tercio de la longitud de la hoja. El lomo lleva generalmente muescas que son características de cada fabricante. Se desconoce su uso, aunque se especula que pueden haber servido de ábaco para contar cabezas de animales por usuarios analfabetos.

 

Su cabo suele estar hecho de plata o alpaca (rellenas con lacre y resina), de madera o cuerno de distintos animales, o con rodajas de suela (antiguamente también se usaban naipes cortadas) que al humedecerse con el uso van formando una masa sólida y casi imposible de separar. Debe ser firme, de entre 9 y 12 cm según el tamaño de la mano del usuario.

 

El cuchillo criollo con las características señaladas es una herramienta multipropósito que puede ser tan delicada en su filo como para servir de bisturí, tan puntuda como para curar una vaca hinchada por meteorismo, tan rígida como para cortar un alambre con su parte de mayor espesor, tan fácil de afilar como para hacerlo en cualquier lugar del campo donde se halle una piedra y tan versátil como para cortar un bocado de asado del animal vacuno que se carneó un rato antes. Nótese que los grandes animales de nuestra pampa (vacunos y equinos) requieren para su cuidado y faena de cuchillos acordes a su tamaño.

 

Cada una de las características señaladas es opinable y puede haber excepciones a cada una de ellas que no invaliden su definición genérica de “criollo” para un cuchillo. Por ejemplo, existen de menor longitud a 15 cm de hoja que han sido fabricados para uso urbano, como cuchillos pequeños para niños (aparecen en los catálogos de casas proveedoras hasta mitad del siglo XX), o han quedado chicos por las muchas afiladas que los hacen especialmente útiles para sogueros (trabajadores del cuero), o para picar tabaco (naqueros en el Uruguay).

 

También existen cuchillos criollos en los que el botón ha sido soldado a posteriori de la confección del cuchillo. Este sistema es más económico que el tradicional del forjado de una pieza única. El botón soldado suele detectarse por la línea de unión de soldadura visible al lado de la hoja.

 

Los neo criollos son cuchillos hechos por artesanos urbanos que buscan mantener la forma tradicional del cuchillo criollo, pero que trabajan por desbaste o sin soldadura, lo que no les permite hacerlos con botón, ni botón pegado sino con una plancha de metal y cachas pegadas al estilo de los cuchillos integrales.

 

Croquis realizado por Marcelo San Pedro analizando el botón de un cuchillo criollo verijero.


Las hipótesis sobre la forma del cuchillo criollo

 

Abel Domenech, pionero del estudio de los cuchillos en Argentina, ha propuesto que la forma del criollo se origina principalmente en los cuchillos de Flandes. [4] Para ello se fundamenta en que el monopolio comercial español que el imperio impuso sobre las colonias americanas exigía que los productos fueran de tal origen. Flandes (hoy Bélgica y partes de Países Bajos y Francia) perteneció a España por lo que cumplía tal exigencia. También puede decirse que el monopolio hispánico fue burlado durante gran parte de los cuatrocientos años de vida colonial por el contrabando inglés y francés. Domenech se apoya en dos argumentos principales: la forma lanceolada y triangular del cuchillo de Flandes y el uso reiterado en la literatura criolla de la palabra “flamenco” para referirse al cuchillo y cuyo uso está registrado hasta principios del siglo XX.


El mismo Domenech deja abiertas otras puertas para investigar. Por un lado reconoce que “los primeros cuchillos confeccionados en tierras sudamericanas, habrán sido forjados con el escaso hierro o acero disponible (…)”. [5]

 

Además, cita al historiador José Torre Revello [6] quien se ha ocupado de los productos españoles traídos a América y reproduce una lista: «cuchillos de Alemania, cuchillos de Balduque (Holanda), cuchillos bohemio, cuchillos de Flandes, cuchillos de fraile, cuchillos de Vergara, cuchillos dorados, dagas de Segovia, dagas de Toledo, puñales corvos» [7].

 

En contra del argumento flamenco de Domenech podemos decir que los cuchillos de ese origen eran pequeños y su estructura no tiene la fortaleza suficiente para las tareas rurales que se requerían de un cuchillo para las pampas. Adelantamos nuestra hipótesis, al agrandarse el cuchillo a los 20 o 30 centímetros típicos de la hoja del criollo fue necesario incorporar un botón (es decir un engrosamiento de la forja) por la cual se transfiere la fuerza ejercida en la hoja a la espiga (necesariamente más débil para que contenga al cabo y pueda ser tomada por la mano.

 

Debemos agregar a la primigenia propuesta de Domenech, la que ha publicado recientemente Christian Lemasson en un extraordinario artículo en la revista Le Passion des Couteuax [8]. Bajo el título El cuchillo flamenco a la conquista del mundo colonial, Lemasson muestra que los cuchillos flamencos, de Flandes, de Holanda y de Belduque son variaciones ocurridas a lo largo de cuatro siglos para dar funcionalidad y utilidad a cuchillos simples y prácticos destinados a infinidad de tareas. Y que los agrupa su nombre, más que su forma. A lo largo de su investigación, Lemasson llama “flamencos” a distintos formatos que se caracterizan por tener un cabo de madera, un anillo de latón para ajustar la inserción de la hoja (en origen podía usarse una lonja de cuero fresco) y una hoja combada hacia abajo. El largo total del cuchillo era de 28 a 31 cm, de los cuales un tercio conformaba el cabo. Y advierte que también se los forjó en Solingen, Alemania, haciéndolos pasar por flamencos para aprovechar la demanda. Es que los centros de producción de cuchillos aplicaban la práctica de copiar los modelos más exitosos para forjarlos en sus propios obradores, y así disfrutar de una demanda comercial garantizada.


Lo explica bien el aviso publicitario de la firma James & Thomas Deakin, de Sheffield, Inglaterra, impreso en 1818.  Vemos allí la silueta de un cuchillo Dutch (holandeses) la variante de cuchillos que Lemasson agrupa como flamencos. La forma del cabo aparece testimoniada en las costas uruguayas con el hallazgo de uno de ellos tallado en madera, entre los restos de un naufragio sucedido en 1753. 

 

El cabo mencionado hoy se lo ve reunido con una hoja que poseía el mismo diseño del cuchillo holandés (dutch knives) publicitado por una firma inglesa en 1818. Colección particular.


Otra hipótesis sobre el origen de la forma del cuchillo criollo es la sostenida por algunos criollistas y se refiere a la adaptación del cuchillo de las Islas Canarias o cuchillo canario. Es cierto que la hoja canaria tiene cierta afinidad con la criolla, pero es mucho más débil y apta para la cosecha de vegetales que los usados en nuestras tierras. Tampoco hubo una gran inmigración de origen canario en nuestro país que pueda justificar esa influencia, aunque sí la hubo en Uruguay. Resulta difícil imaginar esa influencia en nuestras tierras.


La tercera hipótesis para el origen de la forma del cuchillo criollo es su origen español. Si bien España ha tenido una enorme variedad de formas y estilos en cuchillos, el cuchillo de montería (o bayoneta de taco), también llamado “cuchillo de monte” en un catálogo de la fábrica nacional Artillería de Toledo, tiene un formato similar al del criollo. Como dice Ocete Rubio [9], reciben el nombre de “cuchillos a la española”, lo que confirma su generalidad. A diferencia de las bayonetas de guerra, la bayoneta de taco o caza se calzaba sobre la boca de la escopeta y su cabo es tan ergonómico que puede usarse cómodamente como cuchillo para rematar una pieza de caza. Y entre las imágenes reunidas en el libro de Ocete Rubio los hay con hoja similar al cuchillo criollo. Presentamos aquí uno con la lámina tipo Bowie, de uso común, a diferencia de otros que se conservan en museos y colecciones particulares, ricamente grabados al ácido y usados por personas de alto rango.



La cuarta hipótesis


Nuestra hipótesis, que sometemos a discusión mediante este artículo, es que los herreros americanos diseñaron cuchillos útiles para las tareas rurales de estas tierras a lo largo de cuatrocientos años. Y que lo hicieron a partir de las formas europeas pero con las limitaciones que tenían en el nuevo mundo. Cuando explotó la importación de los productos manufacturados en Europa (1860/ 1880) las casas introductoras (importadores) trajeron a nuestra región lo más parecido a lo que aquí se había desarrollado; hojas triangulares o lanceoladas, con puntas agudas, espesor de 4 o 5 mm y un largo de entre 15 y 30 cm de hoja. Un punto fundamental fue la existencia de un fuerte botón forjado en la misma pieza que diera firmeza a la estructura y que permitiera transferir la fuerza del corte de un plano longitudinal (la hoja) a un plano transversal (el cabo) sin riesgo de quebrarse en la unión. [10]


El historiador Guillermo Furlong [11] quien cita uno a uno los artesanos que venían en las naves de Mendoza llegadas al Río de la Plata en 1536, enumera los distintos oficios que se habían hecho a la mar rumbo a lo desconocido: «el espadero Galeano de Meyra (…), los toneleros Francisco Timón y Rodrigo de los Ríos (…) el latero Juan Velázquez (…) el ballestero Diego González Bintos (…) el herrero o maestro de Herrería Antonio Portugués (…) el guadamecillero Francisco Pérez (…) el herrero Rui Chorte o Richard  Limon (inglés), el aserrador Juan Azuaga (…) el calafatero Maese Antonio, otro herrero portugués llamado Juan Portugués, y otro Juan Portugués que era sillero, y Maese Miguel también herrero y el carpintero de ribera Simón Luis (…)». Resulta evidente que no faltaban herreros, pero sí faltaba hierro. Las primeras tareas afrontadas por algunos de estos herreros fueron «cerrojos, grillos, alcayabas y rejas» que, en base al hierro reciclado se hicieron en el país. En 1546 por Real Cédula se permitió en el Río de la Plata instalar las fraguas que quisieran con que labrar hierro, acero y cuñas. Desde 1549, al menos, dice Furlong se importó hierro en barras o lingotes.


Es oportuno hacer unas aclaraciones: antes de la llegada de los colonizadores europeos, no se explotaba el mineral de hierro en América Meridional, los pueblos originarios no lo conocían y menos podrían dominar las técnicas para extraerlos. De modo que los cuchillos que se hayan podido usar en el mundo originario eran de piedra o de madera. De los cuchillos líticos quedan muchos ejemplos. Furlong menciona que «los calchaquíes usaban madera para hacer cuchillos, cubiletes y husos de gran tamaño» [12] y que en las reducciones jesuitas se hacían cuchillos con madera y estaño. [13] Aquellos pueblos que sí conocieron el mineral de hierro (aztecas, por ejemplo) lo trabajaron como si fuera piedra, sin fundirlo ni purificarlo. [14] En nuestras tierras, una expedición española fue destacada a Campo del Cielo en el Chaco de donde trajeron trozos de meteorito para fundir y refinar su alto contenido de hierro. Y hasta es posible que los pueblos originarios hayan utilizado en forma rudimentaria algunos trozos de hierro meteórico antes de la llegada de los españoles.


En este sentido, no debe creerse que el cuchillo de hierro o acero reemplazó al cuchillo de piedra en forma instantánea sino gradual. El arqueólogo histórico Facundo Gómez Romero [15] ha determinado la existencia de cuchillos de piedra dentro de los fortines que demarcaban la frontera con los indios, a mitad del siglo XIX. Posiblemente, la tecnología para hacer cuchillos líticos haya sido parte del legado ancestral de pueblos originarios mixturados genéticamente con criollos y españoles. 


Volvamos a la fabricación de cuchillos en lo que sería la Argentina. Se ve en los listados de trabajos de herreros que cita Furlong que la fabricación de cuchillos era muy sencilla en comparación con otras (candados o rejas artísticas). La mención de cuchillos es muy esporádica en los siglos XVI a XVII que analiza esta obra. Sin embargo, aparecen objetos de herrería de mucha mayor complejidad, hasta en las listas de precios de los herreros. Esto lo atribuimos a que el cuchillo (especialmente el de hierro) era un bien semi durable, fácilmente roto, perdido o fracturado y que las condiciones de gran humedad de la zona pampeana maltrataban el metal hasta hacerlo desaparecer.

 

¿Qué otras razones podrían explicar que en museos y colecciones particulares sea casi nula la existencia de ejemplares de cuchillos forjados en América en las primeras décadas del siglo XIX? Véase en este sentido el cuidado catálogo de la exposición La Forja del Plata [16], organizada por Armando Deferrari en el Museo Las Lilas de San Antonio de Areco, en 2012. En las casi 300 piezas exhibidas, en buena parte de herrería más compleja que un cuchillo, no hay ni uno solo de tal antigüedad.

 

En la Banda Oriental ha sido posible localizar ejemplares de cuchillos forjados por herreros criollos. El estudioso y coleccionista Robert Retamar ha dado con varios de ellos en una zona lindera al Río Uruguay, y fueron hallados en una zona de batalla entre orientales y portugueses por lo que se estima su datación cerca del año 1800. [17]



El cuchillo más antiguo registrado en Buenos Aires fue rescatado de un pozo ciego en la calle Moreno 350 de Buenos Aires, en 1991, por el Dr. Daniel Schávelzon y su equipo. De las pequeñas partes subsistentes se reconstruyó el cuchillo fechado hacia 1630/1640. Tiene una marca de fabricante (ancla) que todavía no ha sido identificada. Según Simon Moore, hubo varios fabricantes en Londres que usaron como marca un ancla acompañada de una daga, registradas entre 1606 y 1664, pero posiblemente la figura de daga sea irreconocible o este se encontraba en algún tramo faltante. [18 – 19 – 20]



La foto siguiente muestra un cabo de madera de origen español que ha sido rescatado del naufragio del buque Nuestra Señora del Rosario, Señor San José y las Ánimas ocurrido el 30 de enero de 1753, frente a las costas de Cabo Polonio, en Uruguay. La totalidad de las hojas metálicas han sido destruidas por corrosión marina, pero los cabos se mantuvieron más de 200 años bajo el agua.  Con el asesoramiento del experto inglés Simon Moore, reconstruimos una hoja de mesa de las que se usaban en ese período.



Finalmente, un caso excepcional, años atrás, en la costa del Río de la Plata, en Ensenada, provincia de Buenos Aires, fue hallado un cuchillo de esta misma época aproximadamente (por la forma y marcas del cabo) pero que se había preservado intacto con la hoja incluida. Se encontraba dentro de un bodoque de arcilla, salvándose así de la corrosión [22]. Compartimos una fotografía del mismo, notable, con la forma de una hoja utilitaria, no de mesa, como el observado en la imagen anterior. En el extremo distal del cabo, el pomo, se había aplicado una medalla. 


Conclusión:


La herrería llegó a estas tierras junto con Pedro de Mendoza. Podemos afirmar que durante los años de la colonia se importaron cuchillos de diversos países europeos, pero también se produjeron aquí cantidades de ellos. De las necesidades de cuchillos grandes, resistentes y fuertes para las tareas rurales se hizo una mixtura a lo largo de cuatro siglos, de donde resultó el típico formato del cuchillo criollo, adoptado por las fábricas europeas para exportar hacia estas tierras a partir de 1860. Queda por delante identificar en museos y colecciones particulares cuchillos del período colonial y primera mitad del siglo XIX que nos permitan acercarnos al verdadero origen de nuestro cuchillo criollo.


Notas:

1. En este artículo trataremos solamente el cuchillo o puñal usados por el gaucho o criollo como arma y herramienta. Las otras armas blancas como facón, facón caronero, daga, cuchillo de campo y cuchilla no son analizadas aquí.

2. Roberto Vega, Catálogo de la exposición El Cuchillo Criollo desde sus orígenes hasta la mitad del siglo XX, Buenos Aires, Manos Artesanas Comunicaciones, 1997.

3. El cuchillo uruguayo, en cambio, tiene un botón barrilito o redondo que posiblemente deriva de los botones alemanes.

4. Abel Domenech, Dagas de Plata, Buenos Aires, edición del autor, 2006. 

5. Abel Domenech, Dagas de Plata, p. 35

6. José Torre Revello (Buenos Aires, 1893 - 1964) fue un prolífico historiador de la vida colonial y la orfebrería americana virreinal, entre otros temas.

7. Citado por Domenech, p. 45. José Torre Revello, Merchandise brought to America by the Spaniards (1534.1586) en Hispanic American Historical Review, nov, 1943.

8. Christian Lemasson, Le Couteau Flamand a la Conquete du Monde Colonial, en Le Passion des Couteaux Nr. 18 (2022)

9. Rafael Ocete Rubio, Armas Blancas en España, Madrid, Grupo Editorial Tucán, 1998, pp. 158 y sig.

10. Agradezco al Ing. Marcelo San Pedro haber me ayudado a llegar a esta conclusión.

11. Guillermo Furlong, Artesanos Argentinos durante la Dominación Hispánica, Buenos Aires, Editorial Huarpes, 1946, p. 36.

12. Guillermo Furlong, Ob. cit., 1946, p. 25.

13. Guillermo Furlong, Los jesuitas y la cultura rioplatense, Buenos Aires, Editorial Universidad del Salvador, 1984.

14. Guillermo Furlong, Ob. cit., 1946, p.27.

15. Facundo Gómez Romero, Vagos, desertores y malentretenidos. Buenos Aires, 2012. Javier Vergara Editores.

Facundo Gómez Romero, Se presume culpable: una arqueología de gauchos, fortines y tecnologías de poder en las pampas argentinas del siglo XIX, Buenos Aires, De Los Cuatro Vientos, 2007.

16. Armando Deferrari, La forja del Plata. Catálogo de la exposición. San Antonio de Areco, Museo Las Lilas, 2012.

17. Sobre las capacidades de la metalurgia local en esta época, puede verse José M.  Mariluz Urquijo, La industria metalúrgica rioplatense en la primera mitad del siglo XIX. En Épocas, núm. 1, Buenos Aires, 2007.  

18. Simon Moore, comunicación personal.

19. Daniel Schávelzon, El material arqueológico excavado en el Museo Etnográfico (Buenos Aires), disponible en http://www.iaa.fadu.uba.ar/cau/?p=1670

20. La foto me ha sido cedida por el Dr. Schávelzon. Comunicación personal.

21. Este mismo fenómeno ha permitido recuperar miles de piezas metálicas de las costas del río Támesis en las riberas de Londres, ya que el limo actúa como protector del metal.


* Especial para Hilario. Artes Letras Oficios


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