Una ola de sueños, una exposición sobre surrealismo en Argentina en la Biblioteca Nacional



Vista parcial de la exposición en la Biblioteca Nacional, Buenos Aires. Fotografía: Hilario.



Collage realizado por Máximo Fiori, diseñador de la muestra y el catálogo de la exposición.



Collage de Marta Peluffo. En A partir de cero. Revista de poesía.



Miguel Ángel Bustos. Sin título, 1966. Colección Emiliano Bustos.



Otra vista de la sala con la exposición Surrealismo en Argentina. Fotografía: Hilario.



Mauro Haddad 

(Buenos Aires, 1994) 


Licenciado en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Trabaja en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, donde coordina exposiciones bibliohemerográficas y participa de distintos proyectos de investigación.


Candela Perichon

(Buenos Aires, 1991) 


Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Trabaja en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, en donde coordina exposiciones bibliohemerográficas y participa de distintos proyectos de investigación. Actualmente, cursa el Máster en Literatura Española e Hispanoamericana, Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universidad de Salamanca (España).


Por Mauro Haddad y Candela Perichon *

En junio de 1967, en el Centro de Artes Visuales del Instituto Torcuato Di Tella, tuvo lugar la exposición Surrealismo en Argentina. Jorge Romero Brest, director por entonces de dicho Centro, convocó a Aldo Pellegrini, quien fue curador de la muestra y autor del texto introductorio del catálogo impreso para la ocasión. Como si hubiera sentido que aún se ignoraba la verdadera naturaleza de esta vanguardia, en ese texto Pellegrini vuelve a explicar, por ejemplo, que el surrealismo no es un movimiento artístico sino ideológico, que utiliza la expresión artística como mecanismo de liberación; que el surrealismo tiene, al mismo tiempo, una cara afirmadora que aspira a un mundo dominado por la libertad, la poesía y el amor, y otra negadora, que impugna la hipocresía de su tiempo; que el surrealismo no niega la realidad, sino que postula una idea de realidad más amplia, absoluta, no solo limitada al mundo físico sino también resultado de la unión de este con el mundo espiritual; que el surrealismo es un arte de la imaginación libre, desatada fundamentalmente por el automatismo, procedimiento a través del cual se pretende esquivar la acción del juicio crítico de la razón; que para los surrealistas la belleza no es aquietante sino inquietante, y que por ello “toda obra surrealista incomoda y desacomoda al espectador desprevenido, lo arranca de su falsa seguridad, le rompe sus esquemas convencionales”. 


Pero todas estas afirmaciones, que Pellegrini aplica a la plástica, también podrían aplicarse a la poesía. Menos conocido que el catálogo de la exposición Surrealismo en Argentina es el impreso Ubicación surrealista, editado también en 1967 por el grabador e ilustrador Pompeyo Audivert. Allí, Audivert discute el origen de la poesía surrealista argentina que Pellegrini había fijado en su texto, así como también impugna la selección de obras hecha para la exposición del Di Tella. En sus palabras, no fue Pellegrini con su revista QUE en 1928 sino él mismo «quien en 1924 edita la primera carpeta con grabados de tendencia surrealista publicada en el país. Su título es Seis grabados, realizados en linoleum sobre temas de Fijman. Con la venta de esta carpeta se editará después el libro Molino rojo de Fijman […] en el año 1926. Con seguridad puede considerarse así el primer libro de un poeta surrealista publicado en la República Argentina.» 


La palabra ubicación, con la que Audivert titula su impreso, no hace más que destacar el problema de la adscripción, que él reclama para sí. ¿Dónde está localizado el surrealismo argentino? ¿En qué momento empezó (y cuántas veces) y hacia dónde fue? ¿Quiénes fueron sus “verdaderos” representantes? 


Lo cierto es que, después de la publicación de Molino rojo en 1926 o de la aparición de QUE en 1928, pasaron dos décadas —hasta la salida de la revista Ciclo en 1948— en las que las derivas del surrealismo en Argentina no son fáciles de identificar. Aún así, pueden encontrarse en esos años, desperdigadas en diferentes revistas y periódicos, noticias sobre el surrealismo europeo y valoraciones sobre sus exponentes que moldearon un espacio para la recepción de esta vanguardia en el país e hicieron posible la emergencia y consolidación de un grupo surrealista argentino en las décadas del cincuenta y el sesenta.


Para 1924, mientras André Breton publicaba en Francia su primer manifiesto surrealista, el campo cultural e intelectual de Buenos Aires se agitaba en la efervescencia de distintos grupos de jóvenes que, haciéndose eco del auge modernizador de la época, propulsaban un proceso de renovación radical. Ese fenómeno, que impregnó las publicaciones, revistas literarias y editoriales de la época, se nutrió de las novedades provenientes de Europa, principalmente de París, metrópoli intelectual por excelencia en esos años. De allí llegaban los ecos del cubismo, el futurismo, el dadaísmo y, posteriormente, del surrealismo, a los cuales se les dio distinta acogida. 


Que. Número 2. 1930.


A fines de la década del veinte, un grupo de jóvenes estudiantes de medicina, con Aldo Pellegrini a la cabeza, leyó expresamente a los surrealistas franceses y ensayó tempranamente un programa surrealista argentino, expresado principalmente en los dos números de la revista QUE (1928 y 1930). Sin embargo, la publicación no tuvo repercusión. Es que en los años veinte y treinta el campo cultural local opuso cierta resistencia a las expresiones y reflexiones de esta vanguardia, y presentó dificultades para identificar lo que en ella había de novedoso y revolucionario. No obstante, las publicaciones periódicas que le dieron un lugar por esos años —notas aparecidas en las revistas Proa, Martín Fierro, Sur, en las de la comunidad catalana en Buenos Aires como Catalunya o Síntesis e incluso en otras que llegaban desde España pero tenían gran circulación en los circuitos porteños, como La Gaceta Literaria y Gaceta de Arte— fueron generando condiciones de escucha y legibilidad para que una expresión argentina del surrealismo pudiera disputarse un lugar y consolidarse en las décadas del cincuenta y sesenta. Mientras la segunda posguerra fracturaba al surrealismo francés, enfrentando a sus líderes, y la crítica auguraba su agotamiento, llegaba el tiempo para su proyección en América. 


La institucionalización del psicoanálisis en el país (base de muchas de las ideas surrealistas) también contribuyó a este proceso. Enrique Pichon-Rivière, uno de los introductores de las teorías freudianas y fundador de la Asociación Psicoanalítica Argentina en 1942, aparece en esta instancia como factor renovador respecto de aquella primera experiencia de la revista QUE, protagonizando un nuevo impulso al movimiento surrealista promovido por la revista Ciclo, de la que fue director junto a Aldo Pellegrini y Elías Piterbarg. Editada en dos números (noviembre-diciembre de 1948 y marzo-abril de 1949), Ciclo propuso una renovación del surrealismo que, después de veinte años, volvía a irrumpir en la escena local. 


En paralelo a su participación como codirector de esta revista, Pellegrini funda junto a David Sussman, antiguo miembro de QUE, la editorial Argonauta, proyecto fundamental para la promoción y el desarrollo del surrealismo en Argentina. Allí publica su primer libro de poemas, El muro secreto (1949), con lo cual supera la propuesta inaugurada por QUE: además de la labor reflexiva y colectiva de la revista, aparecía ahora su praxis literaria individual, de corte surrealista. Sería otra vez Pellegrini el encargado de sostener una línea acorde a la doctrina y de conducir al núcleo de poetas que lo siguieron en subsiguientes publicaciones. 


Pronto llegó A Partir de Cero, dirigida por Enrique Molina. Publicada en dos etapas (dos números en 1952 y uno en 1956), fue la revista que mejor llegó a representar el espíritu surrealista argentino y en la que terminó de conformarse un grupo de poetas con cierta organicidad. Previo al último número de A Partir de Cero surgió Letra y Línea (1953-1954), también dirigida por Pellegrini y financiada por Oliverio Girondo. Esta publicación abrió el juego a un número de actores de orígenes diversos, siempre encauzados en torno a ideas de vanguardia: a los que venían actuando dentro del surrealismo, se les sumaron escritores, artistas plásticos y otras figuras que provenían de otras escuelas y pensamientos, como el invencionismo. Ya hacia el final de la década, uno de los integrantes más jóvenes del grupo, Julio Llinás, ungido de un afán revisionista sobre el movimiento, fundó y dirigió Boa (1958-1960), en la que el grupo ya no operaba como tal, aunque colaboraban en ella algunos de sus miembros. 


A partir de la década del sesenta, el núcleo surrealista entró en contacto con un grupo de jóvenes que, identificándose con esta vanguardia, reclamaban al surrealismo argentino un posicionamiento político que hasta el momento no se había producido. La figura de Vicente Zito Lema fue central en esta nueva generación. A su cargo estuvo la revista Cero (1964-1967), en la que resultaba evidente la síntesis entre surrealismo y política. Le siguieron otros proyectos, donde confluían aún algunos miembros del grupo: La Rueda (1967) y Talismán (1969). Esta última revista, dirigida también por Zito Lema, dedicó su primer número al poeta Jacobo Fijman, emparentándolo con Artaud y reconociéndolo como uno de los precursores del surrealismo en el país.


La década del setenta, sin embargo, cerraría un ciclo para el surrealismo argentino. Coincidieron en pocos años la muerte de algunos de sus referentes (la de Aldo Pellegrini en 1973, Carlos Latorre en 1980, Juan José Ceselli en 1982), el estallido de la dictadura cívico militar en 1976 y los horrores del terrorismo de Estado, que impactaron de manera directa sobre la generación más joven: Miguel Ángel Bustos, militante del PRT, fue secuestrado en 1976 (permaneció desaparecido hasta que en 2014 se hallaron sus restos), y Vicente Zito Lema, abogado de presos políticos e integrante del ERP-22 de agosto, debió exiliarse en 1977.


Recorrer desde el presente la trayectoria del surrealismo en Argentina (sus inicios, su producción, sus retiradas y resurgimientos sucesivos) nos permite no solo ver panorámicamente su historia y la del grupo que lo promovió sino también recuperar las características estéticas e ideológicas de esta vanguardia. La Biblioteca Nacional posee en su acervo, y pone a disposición del público en esta ocasión, los libros y las revistas en los que estos artistas elaboraron particulares variaciones de la visión surreal, así como las publicaciones periódicas locales en las que se esparcieron las noticias del surrealismo europeo. 


Juan Andralis. Sin título, s. a. Tinta sobre papel. 


Enriquecida gracias al aporte de archivos y colecciones privadas, la exposición Una ola de sueños. Experiencias del surrealismo en Argentina propone un recorrido que reconstruye el capítulo local de esta vanguardia, recuperando en su título uno de los manifiestos inaugurales del surrealismo francés y evocando su proyección hacia esta orilla. Junto a los materiales bibliohemerográficos ya mencionados se exponen asimismo dibujos de Juan Batlle Planas, Juan Andralis y Miguel Ángel Bustos, algunos de los cuales nunca antes habían sido exhibidos al público, y una serie de cartas, documentos personales y dibujos al interior de los libros que echan luz sobre los hilos reflexivos y programáticos que tejieron el vínculo entre los principales referentes del grupo surrealista argentino. 


Una ola de sueños. Experiencias del surrealismo en Argentina se puede visitar hasta el 31 de marzo de 2024 de lunes a viernes de 9 a 21 hs. y sábados y domingos de 12 a 19 hs. en la sala Juan L. Ortiz de la Biblioteca Nacional. Entrada libre y gratuita.


* Especial para Hilario. Artes Letras Oficios. Adaptado a partir del texto curatorial del catálogo.


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