La representación de las mujeres en la obra de Elena Huerta [1]

Elena Huerta, Autorretrato, 1973. Fotografía: Archivo familiar de Sandra Maldonado Arenal.



Elena Huerta, Leona Vicario, grabado en linóleo, publicado en 450 años de lucha. Homenaje al pueblo mexicano, 1960, Colección Blaisten. México.



Elena Huerta, Hasta el fin con los mineros, s/f, grabado en linóleo, Col. San Carlos. México.



Elena Huerta, La historia de Saltillo, 1973-75, 450 m 2, detalle panel Escuela Normal de Saltillo, Centro Cultural Vito Alessio Robles, Saltillo, Coahuila. México.



Elena Huerta, La historia de Saltillo, 1973-75, 450 m 2 , detalle de las estudiantes de la década de 1960 en pie de lucha por la autonomía universitaria, Centro Cultural Vito Alessio Robles, Saltillo, Coahuila. México.



Dina Comisarenco Mirkin


Doctora en Historia del Arte por la Universidad de Rutgers, New Jersey, Estados Unidos y Licenciada en Artes por la Universidad Nacional de Buenos Aires, Argentina. Es investigadora, y coordinadora y enlace entre los Centros Nacionales de Investigación y la Subdirección de Educación e Investigación Artísticas del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), y miembro del Sistema Nacional de Investigadores de México (SNI, nivel 2).


En su trabajo de docencia, investigación y curaduría, Comisarenco se especializa en la historia y en la historiografía del arte mexicano del siglo XX, en la historia del muralismo, y en la producción visual de artistas mujeres, temas que aborda con un enfoque interdisciplinario en el que combina la sociología del arte, el psicoanálisis, la memoria cultural y los estudios de género.


Entre sus libros individuales destacan: Rina Lazo. Xibalbá el inframundo de los mayas (2022); “El olvido está lleno de memoria”: la pintura mural de Arnold Belkin (2019); Eclipse de siete lunas: muralismo femenino en México (2017); Las cuatro estaciones del muralismo de Raúl Anguiano (2014); y Memoria y futuro: diseño industrial mexicano e internacional (2006 y re-edición 2019). Como coordinadora de libros colectivos cabe mencionar: “Fracturas de la memoria: un siglo de violencia y trauma cultural en el arte mexicano moderno y contemporáneo” (2022); De la Conquista a la Revolución en los muros del Museo Nacional de Historia (2018), Codo a codo: parejas de artistas en México (2013), Para participar en lo justo: recuperando la obra de Fanny Rabel (2013 y re-edición 2017), así como numerosos artículos y capítulos especializados publicados en libros, catálogos y prestigiosas revistas nacionales e internacionales. Actualmente es catedrática del CIDI, UNAM.


Su trabajo docente y de investigación ha recibido varios reconocimientos, tales como el reconocimiento Profesores que dejan huella, Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, CCM (2018); el Reconocimiento FICSAC-Ibero de investigación de calidad académica, Universidad Iberoamericana, CDMX (2018); el Premio Antonio García Cubas, INAH, por el libro Eclipse de siete lunas: mujeres muralistas en México, (2018) y por Frida de Frida (2008); el Premio Rabino Jacobo Goldberg al mejor artículo académico (2017); y Trofeo Alfil de Rey, reconocimiento a la excelencia académica, ITESM, CCM (2001).


Por Dina Comisarenco Mirkin *

Elena Huerta no es una artista en el sentido habitual del término,

porque es mucho más:

escribe, pinta, graba, agita, organiza,

es más bien una trabajadora de la cultura socialista

que se distingue por su sencillez y su eficacia.

Alberto Híjar Serrano



La artista Elena Huerta (1908-1997) (fig. 1), apodada “la Nena” Huerta, es principalmente conocida como la autora del mural más grande realizado por una mujer en la historia del arte mexicano. Sin embargo, hasta la fecha, su obra no ha sido motivo de estudios profundos, con excepción de algunos folletos que dan cuenta detallada del programa iconográfico de dicho mural, titulado 400 años de la historia de Saltillo, realizado entre 1973 y 1975, y ubicado en el actual Centro Cultural Vito Alessio Robles, en Saltillo, Coahuila. [2]


En 1978, cuando tenía 70 años, la artista escribió su autobiografía, a la que poéticamente tituló El círculo que se cierra. Memorias [3], como metáfora de la vida que la autora debía sentir entonces que se comenzaba a cerrar sobre sí misma. De la lectura de sus páginas, escritas con gran sencillez y claridad, se desprende que la artista quería entonces explicitar y comunicar el sentido de su vida, valorándola no como un final, sino más bien como el principio de algo nuevo. Partiendo de dicho estimulante texto, se pueden encontrar variados nudos o enlaces conceptuales que se atan y desatan entre sí, abriendo el círculo del estudio de su vida y obra en una gran diversidad de direcciones, que retomando a Híjar Serrano podemos caracterizar como la escritura, la pintura, y el activismo político, entre muchos otros.  


Aunque Elena Huerta fue miembro del Partido Comunista Mexicano, que a lo largo de su existencia, manifestó muchas desavenencias con sus militantes feministas, en este caso en particular, me voy a detener en los nudos conceptuales de su quehacer compuestos por su interés y sensibilidad especial en relación con la situación social de las mujeres y su avanzada conciencia de género, temas que afloran de forma constante tanto en sus memorias, como en el importante papel que siempre les asignó en su producción gráfica y mural.


La formación de la artista


Hija del general Adolfo Huerta Vargas y de Elena Múzquiz, Elena Huerta nació en Saltillo, Coahuila. Vivió una infancia difícil, pues su padre se había unido a la Revolución, y la familia experimentó las carencias propias de aquellos tiempos. Poco tiempo después del triunfo de la Revolución, cuando todo parecía por fin más estable, la pequeña Elena sufrió, en un breve lapso, la muerte de la abuela materna, de dos de sus hermanos y, poco después, la de su padre, situación que volvió a dejar al grupo familiar en una situación de inseguridad y desamparo.


Si bien el abuelo materno de Elena Huerta había llegado a ser diputado y gobernador interino de Coahuila, el aspecto financiero de la familia nunca les permitió vivir con desahogo. Su madre tuvo que hacer frente a todas estas complejas y dolorosas situaciones, y se hizo cargo de la manutención, crianza y educación de sus hijos con gran fuerza y determinación, sembrando en la pequeña el ejemplo de su valor y del poder de resiliencia de las mujeres ante la adversidad más severa. En efecto, a pesar de las dificultades económicas por las que atravesó la familia, ella estudió, y apoyada por su madre, muy joven fue admitida en la Academia de Pintura de Saltillo "Francisco Sánchez Uresti," fundada por Rubén Herrera (1888-1933), quien fue su maestro, y después de cuatro años de arduo trabajo en 1926, obtuvo un certificado que la acreditaba como “apta para la enseñanza del dibujo”.


Aconsejada por su maestro, entre 1929 y 1933 decidió continuar con su formación artística, para lo cual se trasladó a la ciudad de México, donde asistió a la Academia de San Carlos de la Ciudad de México. Señala en sus memorias que en ese tiempo, solo ella y Estela Mondragón eran las únicas artistas dispuestas a tomar clases con modelo desnudo en la Academia.


Para sostenerse económicamente trabajó como telefonista, cargo que, de acuerdo con los prejuicios de la época, no era bien visto por la clase burguesa de entonces. En sus Memorias narra la artista que, incluso, «un primo, a raíz de mi ingreso a Teléfonos, impidió que sus hermanas me siguieran invitando». [4] En dicha empresa la joven entró en contacto con la dura realidad de las mujeres trabajadoras que, como lo describe, comúnmente sufrían el acoso sexual de sus jefes y todo tipo de abusos. Finalmente, su participación en la defensa de una de sus compañeras le costó el puesto.


Otra prueba de su espíritu transgresor lo encontramos en el tiempo que trabajó en Mexicana de Aviación y decidió pedir boletos de avión para vacaciones, prestación que hasta ese momento sólo era concedida a los trabajadores varones. [5]


Sus círculos afectivos e institucionales


Elena Huerta conoció a Leopoldo Arenal (1911-1989) en el Departamento de Educación y tras un corto noviazgo contrajeron matrimonio y procrearon tres hijos: Electa (1935-1969), Sandra (1936-2000) y Leopoldo (Polito) (1946-1952). Leopoldo era hermano de Angélica Arenal, última esposa de David Alfaro Siqueiros (1896-1974), por lo que Elena Huerta estuvo estrechamente relacionada con el artista no sólo a nivel estético e ideológico, sino también por parentesco.


Desde 1929, Huerta se desempeñó como maestra de dibujo y durante estos años tempranos, junto con Lola y Germán Cueto, Angelina Beloff y Leopoldo Méndez, formó parte del Teatro Guiñol en la Secretaría de Educación Pública. Para dicho teatro escribió El gigante, en 1933, [6] que pese a la inexperiencia de la artista en este ámbito, resultó una pieza muy lograda y gozó de mucho éxito; la representaron también otros grupos y más adelante Germán Lizt Azurbid (1898-1998) escribió otras obras como Comino vence al diablo y Comino va a la huelga inspirados por el personaje de Elena Huerta.


Además de pertenecer al Partido Comunista Mexicano (PCM), Elena Huerta fue miembro fundador de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR), donde coordinó la sección correspondiente a teatro, organizando también veladas de cine soviético como El acorazado Potemkin (1925) dirigida por Sergei M. Eisenstein, en la que se invitaba a participar a los trabajadores.  


También integró el Taller de Gráfica Popular (TGP), en 1939 como artista invitada; y entre 1947 y 1967, como miembro permanente. Durante su participación en el Taller, coincidió con algunas otras artistas mujeres, principalmente con Mariana Yampolksy, miembro entre 1945 y 1960; Elizabeth Catlett, entre 1946 y 1966; Andrea Gómez, entre 1949-1960; Fanny Rabel, entre 1949 y 1961; Sarah Jiménez, entre 1954 y 1967; María Luisa Martín entre 1955 y 1965; Mercedes Quevedo, entre 1958 y 1965; y con Celia Calderón, entre 1952 y 1965. Con todas ellas, pero especialmente con esta última, Elena Huerta desarrolló una muy estrecha amistad, que debe haber afianzado aún más el desarrollo de su ya avanzada conciencia de género.


Recordemos que durante los años de la membresía de Elena Huerta en el TGP, en 1963, Celia Calderón fue elegida para la dirección y encabezó un comité predominantemente femenino, pues la secretaría quedó ocupada por Elizabeth Catlett mientras que la responsable de la tesorería fue Mercedes Quevedo. Todas ellas, con el apoyo de Elena Huerta, levantaron las finanzas, se pagaron rentas atrasadas y la tienda del Taller estuvo bien surtida y activa.


Elena Huerta, Doña Josefa Ortiz de Domínguez, litografía, publicado en 450 años de lucha. Homenaje al pueblo mexicano, 1960, Colección Blaisten.


En el TGP Elena Huerta participó en distintas actividades del grupo, como por ejemplo con la realización de dos grabados para el álbum 450 años de lucha: homenaje al pueblo mexicano, publicado originalmente en 1947 con 146 estampas. Las dos obras de Elena Huerta para el álbum colectivo fueron retratos de mujeres destacadas de la historia mexicana: uno de Doña Josefa Ortiz de Domínguez, una de las primeras participantes en la conspiración de Querétaro y protagonista de la lucha revolucionaria de Miguel Hidalgo; y el otro, de Leona Vicario, una de las figuras más sobresalientes de la independencia de México.


En el Taller, Elena Huerta también colaboró con la realización de carteles para organizaciones sociales, y telones, para la Unión Nacional de Mujeres, organización a la que pertenecían varias de las artistas del grupo. Una obra sobresaliente de Elena Huerta de esta época, fue su grabado en linóleo titulada Hasta el fin con los mineros (ver ilustración), en la que representó al grupo de mujeres que apoyó la huelga de Nueva Rosita en 1959, y cuya participación fue en efecto sobresaliente durante todo el levantamiento minero.


En 1948, Elena Huerta dirigió las galerías José Guadalupe Posada en la Colonia de los Doctores y la José Clemente Orozco, en la av. Peralvillo, Tepito (renombrada desde 1962 como José María Velasco), pensadas como museos barriales para difundir el arte entre la población de menos recursos. En su calidad de directora, la artista recorría escuelas para invitar a los estudiantes a participar en visitas a las distintas muestras de las galerías y fue muy exitosa en sus gestiones.  Más adelante, en 1949, fue miembro fundador del Salón de la Plástica Mexicana, otra de las instituciones fundamentales de la historia del arte mexicano, abocada en sus orígenes a la venta de obras para apoyar a los artistas y asegurar la calidad estética de las obras puestas a disposición del público.


Elena Huerta, Llevando agua en el mezquital, s/f, linografía, Museo de la Solidaridad Salvador Allende.


En 1957, junto con otros maestros de arte de la SEP, viajó por el Mezquital, por Isla Mujeres, la Cuenca del Papaloapan, el Istmo de Tehuantepec, Coatzacoalcos, Cuautla, Acapulco, entre otros lugares, y tomó apuntes que luego transformó en grabados. En sus memorias cuenta que, nuevamente impulsada por su avanzada conciencia de género, decidió realizar “una serie sobre el trabajo duro de las campesinas, ya que en la ciudad casi se desconocen sus sufrimientos y penurias, el tema de la mujer siempre me ha apasionado”. [7] El álbum fue titulado La mujer en México, y Llevando agua en el mezquital es un ejemplo de la sensibilidad extraordinaria con la que Elena Huerta supo expresar el rigor del trabajo de las mujeres y los niños en el campo.


Los viajes a Rusia, China y Cuba


En 1941, viajó a la Unión Soviética en busca de tratamiento médico para atender las dolencias que le impedían mover su rodilla. Para llegar a Moscú, tuvo que dar un gran rodeo a través de distintos países de Europa del este, donde vivió con sus hijas las duras condiciones de la Segunda Guerra Mundial. Describiendo la travesía en tren a través de Uzbekistán y Turkmenia, en sus memorias comentaba que por la Guerra, la mayoría de los hombres estaban en el frente, y que «durante el viaje sólo veíamos mujeres y más mujeres, eso me alegró mucho y casi envidié el poder ser una de ellas», [8] pues en efecto, pese a las dramáticas circunstancias de esta situación, demostraba una vez más que las mujeres podíamos desempeñar muchas más tareas de las que en ese entonces se adscribían al género femenino.


Más tarde pasó un tiempo en Tashkent, la ciudad capital de Uzbekistan, y con sencillez y admiración supo narrar en sus memorias que, pese a la escasez propia de los tiempos, a los niños en las escuelas nunca les faltó el alimento, que se cuidaba mucho de su salud, y que contaban también con los juguetes que necesitaban de acuerdo con su edad. Era la época en la que todavía se sentían las contradicciones entre las costumbres tradicionales musulmanas que habían esclavizado a las mujeres por siglos con el uso del “paranyá,” la poligamia, y los matrimonios arreglados, y las reformas establecidas por la revolución bolchevique que organizó las escuelas primarias obligatorias para las mujeres.


Ella fue testigo de todos estos cambios, y se refirió a su estadía en Rusia, como su mayor “lección de vida,” seguramente haciendo un conteo de todos estos cambios sociales que había testimoniado de forma directa, en especialcon la situación social de los niños y las mujeres. Durante su estadía en Rusia, también asistió a un Instituto vespertino marxista leninista, donde tomó varias clases de historia de la revolución de octubre, del movimiento obrero, y de marxismo-leninismo, complementando así considerablemente su formación ideológica y política.


En 1945 regresó a México, y alrededor de diez años después, en 1956, viajó a China. En sus Memorias contaba Elena Huerta, que junto con su amiga Celia Calderón se había integrado a la Sociedad de Amigos de China Popular, fundada por la cirujana y feminista del Partido comunista Esther Chapa. Esta institución recibió invitación para mandar una delegación de seis intelectuales a China, y que la mayoría de ellos rechazaron la oferta por los problemas que podría acarrearles en sus trabajos. Elena en cambio, con la valentía y convicción que la caracterizaban siempre, aceptó la invitación, y viajó junto a su amiga y compañera del TGP, Celia Calderón.


En sus Memorias una vez más dejó constancia de su avanzada conciencia de género a través de numerosos comentarios sobre la situación de las mujeres en China, como por ejemplo, cuando refiere que en la ciudad imperial en invierno todos andaban de azul marino, con trajes de pantalones de dril acolchonados, hombres y mujeres todos igual; [9] y de las contradicciones y resistencias que aún existían, al observar que en la ópera todavía era común que los papeles femeninos fueran representados por hombres que cultivaban la voz especialmente para eso [10] o la costumbre de entablillar los pies de las niñas para no dejarlos crecer. [11] Elena Huerta refería también el duro trabajo que desempeñaban las mujeres en las comunidades agrícolas; [12] y como en las comunidades tibetanas resultaba imposible distinguir hombres y mujeres porque todos estaban rasurados por igual. [13] Durante todo el viaje la artista tomó apuntes del natural que, a su regreso a México,  convirtió en litografías, en las que trasladó algunas de estas observaciones sobre la situación social de las mujeres en China.


En 1957 regresó a Rusia, y en 1961, como representante del TGP, viajó a Cuba, país al que refirió como un lugar de oportunidades, reflejando en parte la experiencia que tuvo allí su hija Electa Arenal, también muralista, y su yerno, el arquitecto Gustavo Vargas Escobosa.


Los murales


En cuanto a su producción mural, Elena Huerta realizó dos obras: la del Auditorio de la Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro, en Coahuila (1952), [14] y la que se encuentra en el actual Centro Cultural Vito Alessio Robles, pintada de 1973 a 1975, que referimos más arriba. Cada uno de estos proyectos coincidió con la prematura muerte de sus hijos, Leopoldo en 1951 y Electa Arenal, en 1969, quien falleció al caer de un andamio cuando trabajaba con su tío David Alfaro Siqueiros en el Polyforum. Mario Herrera señala que, ante estas traumáticas experiencias, ella respondió con murales, que son en su médula más profunda un entusiasta himno a la vida y una valiente reafirmación de la existencia. Para dicho autor, estos murales no poseen únicamente un significado artístico, sino también existencial. Son la respuesta que una mujer de Coahuila, valiente, entera, invencible, fue capaz de dar al planteamiento doloroso y trágico de su coyuntura vital. Son la afirmación de la vida frente al desierto y a la soledad. [15]


La primera de dichas obras fue la de la UAAN de Coahuila. En esta oportunidad fue ella misma quien buscó el encargo en 1950 con el entonces gobernador del estado, Ignacio Cepeda, quien aceptó la solicitud sin especificar el lugar. Poco después el funcionario se suicidó, por lo cual “el proyecto quedó en el aire”. [16] En 1952 el nuevo gobernador, Román Cepeda, amigo personal de Huerta, retomó la comisión y le dio a elegir la ubicación. A la artista le interesó el Tecnológico [17] pero, tras una inesperada visita de su director, éste rechazó el proyecto, señala la artista en sus Memorias que posiblemente fue por su aspecto poco cuidado, y principalmente por las diferencias ideológicas entre ambos. Elena Huerta, más tarde, se enteró de que él «no era obrerista y seguramente se alarmó» por sus ideas. [18] Finalmente el lugar designado fue el auditorio de la institución ya mencionada, cuyo director se mostró muy entusiasta con el proyecto.


Huerta contó con poco tiempo para realizar la obra. En un primer momento tuvo que esperar a que el edificio estuviera listo, y luego padeció la prisa de terminar antes de la inauguración. Solicitó un permiso sin goce de sueldo en su trabajo de maestra de la SEP, [19] y mientras trabajaba enfrentó problemas burocráticos y amenazas de funcionarios, académicos, la prensa y la iglesia local. La artista cuenta que un maestro de la UAAN se asomaba a diario a sus andamios hasta que un día le dijo: «Si pinta monotes, como Diego, le borramos el trabajo». A lo que ella valiente y honestamente contestó: «¡Qué más quisiera poder pintar como Diego!». [20] El macartismo de Estados Unidos influía en México, por lo que en los periódicos de Saltillo fue acusada de comunista, de espía y de reclutar gente a través del pretexto de su obra.


Para el mural La escuela en el campo, compuesto por dos paneles de 6 x 6 metros cada uno, contó con la asistencia, para el primero de su hija Electa Arenal y de Eloy Cerecero, y para el segundo, de María Romana Herrera (hija de su maestro Rubén Herrera) y la Chacha Martínez Morton. En ambas pinturas, Huerta además del mismo Antonio Narro, fundador de la Escuela, utilizó como modelos a algunos de los alumnos distinguidos (fig. 7). Entre ellos y en este contexto resulta significativo mencionar a Nadia Romero Campo, que fue una de las primeras mujeres inscritas en la escuela, y a quien Elena Huerta representó junto a sus compañeros tomando notas, visibilizando así, una vez más gracias a su aguda sensibilidad de género, la participación de las mujeres, esta vez en un área tradicionalmente considerada como masculina.


Los murales se terminaron a tiempo, pero cuando la artista pensó en pintar tramos adicionales para «redondear más las ideas iniciadas», su hijo pequeño enfermó y falleció. Destrozada por la terrible pérdida, regresó a la ciudad de México.


Entre 1973 y 1976, a los sesenta y cinco años de edad, Elena Huerta regresó a los andamios para pintar un ambicioso ciclo mural titulado 400 años de la historia de Saltillo en el actual Centro Cultural Vito Alessio Robles. Refiriéndose a las circunstancias en las que le ofrecieron la comisión, escribía Elena Huerta:


«Era todo un milagro. Sin buscarlo, me ofrecían un mural, y lo que antes no había podido conseguir (…) ese día, cuando menos lo esperaba, me lo ofrecían. No pude ese mismo día ver los muros. A la semana que volví a verlos y escoger, ya había tenido tiempo de pensar, por lo menos que Saltillo ya estaba crecidito, cerca de 400 años, y no cabría en un muro. Cuando le dije al ingeniero Salinas que si él quería la historia de Saltillo, yo quería pintar ese muro y ése y ése, y así le señalé todos los del patio, su asombrosa contestación fue sin vacilar: “Le doy todos” (…)» [21]


En esta oportunidad sus asistentes fueron Mercedes “Nea” Murguía, Cuauhtémoc González, Manuelita Sánchez, Moisés de la Peña, Jesús Negrete y María Romana Herrera. Con respecto al primer encuentro de Mercedes Murguía con Elena Huerta, señalaba la primera que quien las presentó le había dicho que ella era una pintora muy talentosa a pesar de su juventud y que dominaba el retrato y que por eso quería invitarla como ayudante para pintar un mural. Refiere la misma Mercedes Murguía que se sintió muy halagada al escuchar esas palabras, pero que a su vez le comentó a la maestra Elena Huerta que no era experta en mural, ya que nunca había pintado alguno, a lo que le respondió con una gran sencillez: «Yo tampoco, pero no es tan difícil». [22] Comenzó así una entrañable amistad, que demuestra además, ahora en el terreno de la docencia, la solidaridad de género propia de la artista, que a través del trabajo compartido, inició a una artista joven en el arte de la pintura mural, un área que a través de la historia ha ofrecido fuertes resistencias para la aceptación del trabajo femenino.  


En la obra de 450 metros cuadrados, que Elena Huerta refería como su «gran regalo de la vida» [23] plasmó la historia de Saltillo, desde sus orígenes hasta la época contemporánea. Trazó el plan iconográfico de la obra basándose en los escritos del profesor Ildefonso Villarello Vélez, buen amigo suyo, específicamente en su Historia de Coahuila (1960). En cuanto al estilo, la artista refiere que es una «realización realista del tipo de la Escuela Mexicana, aunque hoy esté muy combatida». [24]


En el presente contexto, resulta significativo destacar la extraordinaria cantidad de mujeres que representó Elena Huerta en su ciclo mural, incluyéndolas en todo el recorrido cronológico que abarca el mural, desde los primeros pobladores de la etapa prehispánica, pasando por el período colonial, hasta llegar a la consumación de la Independencia, y la época moderna. En la obra se incluyen mujeres de todas las condiciones sociales;  trabajadoras en el ámbito doméstico; maestras rurales, enfermeras; así como cantantes famosas como Ángela Peralta (1845-1883); desde la representación de mujeres anónimas, pero también de verdaderos retratos, que en sí mismos constituyen un aporte extraordinario para la conservación de la memoria de aquellas pioneras que fueron parte protagónica del Ateneo Fuente (Ninfa Huerta, Josefina Harlan Laroch, Francisca Montes, y María Narro de García Rodríguez), y de la Escuela Normal de Saltillo (Micaela Pérez, Margarita Prince, Victoria Garza Villarreal, Josefa Alicia Dávila de Argueta, Severa Uresti, Jenni Wheeler, Elodia de la Peña de Vitela, Carmen Valero, Lilia Roberts, Ana María flaco de Avilés, y su madre, Elena Muzquiz Valdez, de las primeras alumnas de dicha escuela).


En los murales de Elena Huerta también se destaca el papel sobresaliente de las mujeres de la época en política, a través de sus retratos en la escena de la liberación de los presos políticos en 1893, las soldaderas de la Revolución de 1910, las manifestaciones obreras de la década de 1930 y finalmente, de las estudiantes de la década de 1960 en pie de lucha por la autonomía universitaria (fig. 10).


La tarea de pintar un mural tan grande y tan bien documentado, no fue fácil, e incluso sufrió un infarto en el tiempo en que la realizaba. Sin embargo, la artista quedó ampliamente satisfecha con el resultado pues, según relata en sus Memorias: «aunque no era una obra resuelta con todas las reglas de composición, sí había logrado seguir una secuencia cronológica de la historia de mi ciudad, con composiciones afortunadas de cuadros que nos iba dando el tamaño de la pared del corredor, en los que logré un colorido agradable y resolví un trabajo que aunque con carencias tiene una positiva calidad didáctica» [25].


Pese a la modestia de estas palabras, el valor de su ciclo mural, sin lugar a duda sobrepasa la calidad didáctica a la que hace referencia, para revestir un valor estético e histórico sobresaliente, al que hay que agregar también, según lo que hemos expuesto, el testimonio de los significativos papeles que hemos desarrollado las mujeres a lo largo de la historia, en este caso en particular, en la ciudad de Saltillo, Coahuila.


Reflexiones finales


Contar con la palabra escrita de la pluma de Elena Huerta narrando su propia biografía, ofrece un punto de partida extraordinario para poder reinterpretar su obra a partir de su propia voz.


Como miembro del Partido Comunista Mexicano, Elena Huerta no parece haber mantenido relaciones de afiliación directa con los grupos feministas de aquellos tiempos. Sin embargo, las constantes observaciones realizadas en sus Memorias en relación con el papel social de las mujeres y sobre la equidad o inequidad de género que observaba en los distintos lugares en los que vivió, demuestran que sí tuvo una muy avanzada conciencia de género.


Así lo expresó también en el énfasis que hizo en su obra, tanto gráfica como mural, en la representación de las mujeres a través de la historia, contribuyendo así a su conocimiento, visibilización y valoración, añadiendo una capa más a su multifacética actuación como escritora, pintora, grabadora, agitadora y organizadora, para convertirse no solo en una «trabajadora de la cultura socialista», como bien dice Híjar Serrano, sino también en una verdadera luchadora por los derechos de las mujeres. 


Notas:

1. A la memoria del destacado historiador Javier Villarreal Lozano (1937-2020), a quien tuve el honor de conocer cuando en su calidad de director general del Centro Cultural Vito Alessio Robles, me invitó a dar algunas pláticas; y con mi más profundo agradecimiento para su actual directora, Esperanza Dávila Sota, especialista en Lengua y Literatura Española, por su reciente invitación para hablar sobre Elena Huerta en el mismo CECUVAR. Mi agradecimiento también a Nohora E. Espinosa Ley, que generosamente me hizo llegar una copia de las Memorias de Elena Huerta, fuente fundamental para el estudio de la vida y obra de la artista. Mi agradecimiento sincero también para Sandra Maldonado, nieta de la artista, por varias de las fotos que ilustran el presente trabajo.

2. Me refiero al catálogo Elena Huerta, de Saltillo. Saltillo-Coahuila: Centro Cultural Vito Alessio Robles, 2003, y al texto de Guillermina U. Guadarrama Peña, Elena Huerta. Saltillo-Coahuila: Centro Cultural Vito Alessio Robles, 2008.

3. Elena Huerta, El círculo que se cierra. Memorias. Saltillo-Coahuila, Gobierno del Estado de Coahuila, 1999.

4. Elena Huerta, El círculo..., op. cit., p. 53.

5. Ibid., p. 67.

6. El guión de la obra de Elena Huerta, El gigante Melchor, c1933, puede consultarse en el Fondo Leopoldo Méndez del CENIDIAP, CENART.

7. Ibid., p. 130.

8. Elena Huerta, El círculo que se cierra … op. cit., p. 110.

9. Elena Huerta, El círculo … op. cit., p. 137.

10. Elena Huerta, El círculo … op. cit., p. 137.

11. Elena Huerta, El círculo … op. cit., p. 142.

12. Elena Huerta, El círculo … op. cit., p. 138.

13. Elena Huerta, El círculo … op. cit., p. 141.

14. Su dirección es Blvd. Antonio Narro s/n, Saltillo, Coahuila, 25315, en la Hacienda de Buenavista, siete kilómetros al sur de Saltillo.

15. Mario Herrera, “Boceto para un retrato de la Nena Huerta”, en Elena Huerta de Saltillo. Saltillo-Coahuila: Centro Cultural Vito Alessio Robles, 2003, pp. 12-13.

16. Guillermina U. Guadarrama Peña, “Saltillo en los muros del Centro Cultural Vito Alessio Robles”, en Elena Huerta, op. cit., p. 9.

17. En sus memorias no se aclara de qué Tecnológico se trataba. Huerta podría referir al Instituto Tecnológico de Coahuila, actualmente llamado Instituto Tecnológico de Saltillo, que había sido inaugurado un año antes.

18. Elena Huerta, El círculo..., op. cit., p. 132.

19. Ibid., pp. 9-10.

20. Ibid., p. 133.

21. Elena Huerta, El círculo … op. cit., p. 149.

22. Mercedes Murguía, en Mercedes Murguía. Pinta una breve historia del tiempo, Américo Pugliese Murguía, comp., Saltillo, Instituto Municipal de Saltillo, 2021, p. 143.

23. Elena Huerta, El círculo..., op. cit., p. 149.

24. Ibid., p. 151.

25. Ibid., pp. 153-54.


* Especial para Hilario. Artes Letras Oficios


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