Ángel María Zuloaga y su pasión por los libros

Ex libris de Ángel María Zuloaga.

A. Torrecillas: Vista de la ciudad de Mendoza tomada desde el Cabildo, el 15 de Marzo del año 1861. Ex colección A. M. Zuloaga.

Los aeronautas Zuloaga y Bradley, junto a la barquilla del globo donde realizaron la ascensión. (La imagen y la noticia se publicó en Caras y Caretas)

Zuloaga (1885 – 1975), de origen mendocino, fue uno de los creadores de la aeronáutica nacional; sus proezas en el aire le permitieron batir récords sudamericanos (1), cruzar por primera vez los Andes sobre sus altas cumbres en un globo aerostático, dirigir la Escuela de Aviación Militar y mucho más. Domar el cielo fue sin duda su gran anhelo, pero en el quehacer diario otra tarea le despertaba ilusiones y placeres: disfrutar de la lectura en su lugar preferido, la biblioteca.

Sus preferencias iban más allá de los textos referidos a las técnicas y el arte de volar desde los primeros ensayos hoy épicos; disfrutaba con los relatos de viaje y con las obras de poesía y de cuentos. Cada libro editado en el siglo XX que llegaba a sus manos, marchaba al encuadernador que, conservando sus tapas originales, lo vestía con elegantes lomos de cuero y títulos dorados. Al contrario, buscaba que las ediciones de los siglos anteriores incorporadas a su biblioteca preservaran las encuadernaciones de origen. Cada ejemplar recibía su ex libris -impreso en París por Silvain Guillot, grabador heráldico activo desde 1885- y era ubicado en los anaqueles. Precisamente en aquella sala y entretenido con un libro en la mano, recibió la visita de los tripulantes de la Apolo XI en una noche de 1969. Ya les contaremos detalles de esta historia.

Siendo un buen lector y autor de manuales y ensayos sobre historia y técnicas de aviación, lo encontramos entre los miembros fundadores del Instituto Argentino de Historia Aeronáutica Jorge Newbery. Zuloaga amaba sus libros y también coleccionaba grabados; entre ellos, vistas antiguas de Argentina e ilustraciones de los más famosos globos aerostáticos. Enmarcados o en carpetas, formaban parte de su espacio. Esa pasión, sin embargo, no limitó su voluntad de donar en 1954 más de tres mil volúmenes para que se creara la Biblioteca Nacional Aeronáutica, y aquel gesto se amplió con otras entregas benéficas hechas por el propio Zuloaga y por sus herederos.

Bibliotecas particulares de ensueño 

Como lo hizo aquel pionero de la aeronáutica, podemos hablar de otras personalidades argentinas que construyeron maravillosas bibliotecas, las que al fin sobrevivieron con suerte dispar. Tres de ellas, creadas por ex presidentes de la Nación, permanecen en otros tantos reservorios públicos, al menos parcialmente. La de Nicolás Avellaneda se conserva en el Museo Histórico Sarmiento de Buenos Aires, aunque se sabe que una parte neurálgica de la misma fue vendida para costear su viaje a Europa en búsqueda de una atención médica especializada. (2) Y la de Bartolomé Mitre, fruto de una ley sancionada un año después de su fallecimiento, se preserva en su casa convertida en el museo que lleva su nombre en Buenos Aires, en tanto que la de Agustín P. Justo partió hacia Lima ante la indiferencia de las autoridades argentinas, y en la capital peruana se incorporó al patrimonio de su Biblioteca Nacional, diezmada poco antes -el 10 de mayo de 1943- por un voraz incendio. Con similar destino fuera de nuestras fronteras, la biblioteca de Ernesto Quesada -más de sesenta mil volúmenes- se conserva unida y catalogada, pero en el Instituto Iberoamericano de Berlín.

Por el contrario, formadas por diplomáticos, hombres de ciencia, empresarios y periodistas, numerosas bibliotecas se dispersaron en antológicos remates, como las de Estanislao Zeballos, la de Alberto Dodero -subastada en Londres-, y la del doctor Enrique Arana (h), con sus doce mil volúmenes, todos fichados y sellados con su ex libris, rematada en 1935 aquí en Buenos Aires.

Destinos diversos para tantos tesoros... Días atrás, tuvimos acceso a unos pocos volúmenes aún instalados en la biblioteca personal del brigadier general Ángel María Zuloaga, y con emoción los adquirimos y catalogamos para ofrecerlos a viajar rumbo a sus nuevos hogares. Entre ellos, una vista de Mendoza antes del terremoto de 1861 que activó un estudio revelador protagonizado por Abel Alexander, y aquí presentado bajo el título “La iconografía mendocina y un escurridizo litógrafo: A. Torrecillas”. 

Dos “cabeza dura” (3) que hicieron historia 

En Mendoza aquel piloto había nacido dos veces; en 1875 y en 1916, cuando después de atravesar la cordillera de los Andes sobre sus picos más altos -el Aconcagua y el Tupungato-, aterrizó en territorio argentino el globo aerostático Jorge Newbery. Junto al piloto de globos Eduardo Bradley (1887 – 1951) llevaron a cabo esta “locura” convencidos que, en lo alto, las corrientes de aire se desplazaban del oeste hacia el este, permitiendo el viaje desde Chile a Argentina.

Lo hicieron el 24 de junio de 1916; apenas abrigados y protegidos con una precaria mascarilla de oxígeno iniciaron el vuelo a las 8 de la mañana de un día calmo, en las afueras de Santiago de Chile. Para lograr que el globo se elevara lo necesario y cumplir la travesía, debieron quitar el lastre de arena y desprenderse de todos los elementos no imprescindibles, incluidos un revólver y sus municiones, y hasta el instrumental científico, salvo el barógrafo, sellado por las autoridades chilenas, donde se registraba la altitud y la temperatura. En el momento más complejo treparon hasta los 8100 metros sobre el nivel del mar y afrontaron una temperatura de 33°C bajo cero, pero alegres ya en territorio mendocino, “empezaron a preocuparse del descenso y aterrizaje, para cuyas maniobras se veían privados de los elementos normales, y el terreno era abrupto. Habían bajado a los 4000 metros con excesiva velocidad, y eran impelidos violentamente y en giros vertiginosos por los vendavales característicos de las altas quebradas (...). Finalmente, después de una serie de peripecias, aterrizaron a las 12, hora chilena, al borde de un abismo, peligrosa situación de que los sacaron algunos valientes criollos llegados en mula desde la estación Uspallata.” (4)

La proeza recorrió el mundo (5), y décadas más tarde motivó un encuentro inolvidable. Habían llegado a Buenos Aires los astronautas Neil Armstrong y Michel Collins, dos de los protagonistas de la primera caminata lunar realizada pocos meses antes, y en la noche del agasajo presidencial, se esmeraron por concluir esa cita protocolar para acercarse hasta el domicilio de un anciano de 86 años. Armstrong había leído sobre su hazaña siendo muy joven y para él se trataba de un ídolo; “por qué lo queríamos conocer? Porque nosotros sabíamos adónde íbamos, y cómo volveríamos, pero ellos no”, declaró. El encuentro fue entrañable; Zuloaga les obsequió algunas anécdotas –“aquí mismo conversé en muchas ocasiones con Antoine de Saint Exupery”, les dijo instalados en su biblioteca, refiriéndose a sus encuentros entre 1929 y 1931 con aquel legendario piloto, autor de El Principito-, y les obsequió su libro La victoria de las alas, y los pocillos de café donde estaban grabados el escudo nacional y el globo Eduardo Newbery con el que realizó el cruce, pocillos que hoy se conservan en el Museo Espacial de Estados Unidos, salvo uno de ellos, que Armstrong guardó para sí entre sus más preciados recuerdos. (6)

Notas:

1. Ángel María Zuloaga: La victoria de las alas. Buenos Aires, 2010, pp. 89-90.

2. Agradecemos la información brindada por su descendiente, la bibliófila María Marta Larguía Avellaneda de Arias.

3. Al partir desde suelo chileno, Zuloaga y Bradley escucharon que uno de los testigos, los despedía con un “adiós, cabezas duras”.

4. Comodoro Santos Alfonso Domínguez Koch: Historia de la aeronáutica argentina. Obra inédita, 1978, p. 17. En Internet: Instituto Nacional Newberiano. 

5. Eduardo Bradley publicó aquella experiencia en “La travesía de los Andes en globo” (Buenos Aires. Ed. J. Peuser. 1917)

6. Adrián Pignatielli: El héroe de la aviación argentina que los astronautas de la Apolo 11 admiraban y quisieron conocer durante su viaje a la Argentina. En Infobae. 23 de julio de 2019.


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