Una colección fotográfica sobre Máksim Litvínov, el hombre que evitó guerras mundiales

Litvínov en 1920 en la reunión de Ginebra, enviado por Lenin, encuentro en el que evitó la guerra con Polonia.



Llegada de Litvínov y su esposa a Estados Unidos en 1941 para acordar las acciones conjuntas contra Hitler.



Litvínov sale de la Casa Blanca tras acordar con Roosevelt el envío de armas a la Unión Soviética.



Muestra de la información explicativa que era destacada por los periódicos locales; detrás de una fotografía de la colección.



Primera biografía de Litvínov publicada en Gran Bretaña por Edward H. Carr en 1955, recuperando su nombre y su accionar por la paz mundial.



Daniel Schávelzon 


Director del Centro de Arqueología Urbana (UBA), se doctoró en Arquitectura en la Universidad Autónoma de México con la especialidad Arquitectura Prehispánica. Profesor titular de la Universidad de Buenos Aires, ha sido profesor en distintas universidades de América.


Schávelzon fundó el Centro de Arqueología Urbana, dependiente de la Universidad de Buenos Aires, el área de Arqueología Urbana en el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y el Área Fundacional en la ciudad de Mendoza. Ex Investigador Superior del CONICET.

Ha publicado unos 50 libros sobre arqueología e historia del arte, y más de trescientos artículos en revistas científicas y de divulgación


Entre otros, ha recibido premios y becas internacionales, como la beca Guggenheim (New York 1994); National Gallery of Art-CASVA (Washington, 1995), Graham Foundation for the Arts de Chicago (1984), Getty Grant Program (1991), Harvard University-Dumbarton Oaks (1996), DAAD Berlín (1988), Center for Latin-American Studies de la University of Pittsburgh (2002), FAMSI, Florida (1995),  y del Centro de Antropología Comparada de la Universidad de Bonn (1998). 


Por Daniel Schávelzon *

Buenos Aires es una enorme Caja de Pandora que siempre nos sorprende; por ejemplo, esta vez lo hace con la llamativa colección de fotografías tomadas por reporteros gráficos internacionales a uno de los grandes personajes de la historia europea en las décadas de 1920 a 1950.


Cuando el tiempo pasa los recuerdos de los hechos se deshilachan, se desvanecen y sólo quedan los grandes momentos. Del siglo XX se preservan en la memoria nombres significativos que oscilan entre Lenin y Hitler, de Kennedy a Mussolini, de Albert Schweitzer a la Madre Teresa, de Einstein a Oppenheimer o Von Braun, pero sus segundas líneas pasan a ser lejanos recuerdos familiares o tema de especialistas, de historiadores o de los curiosos del pasado.


Si preguntáramos quién fue el ministro de relaciones exteriores de Lenin y de Stalin, dos líderes no menores en la historia, es difícil que alguien lo sepa. Nos es imposible recordar quién logró retrasar el pacto Stalin-Hitler, quién restableció las relaciones entre Estados Unidos y la Unión Soviética, o quién hizo viable que Rusia sobreviviera en sus primeros años ante una Europa violenta. Otra pregunta que nos sitúa en un momento clave de la historia del siglo veinte, también nos hace ver cuán difícil es dar con su respuesta: ¿Quién logró convencer a Roosevelt que le suministrara armas a Moscú para vencer a Alemania, evitando a su vez una guerra entre ellos, pasándola de Caliente a Fría? Hubo un hombre que supo manejar todo eso con tacto e inteligencia, ganándose el respeto de propios y extraños, Máksim Litvínov, quien formó parte del nacimiento de la Unión Soviética en 1917 hasta que lo superaron los sucesos de la Guerra Mundial en 1939.


Su tarea fue enorme. Es difícil imaginar el manejo de las relaciones diplomáticas del primer país comunista del mundo, al que ayudó a crear desde joven, un país gigantesco surgido en medio de una guerra mundial, y eludir su participación en ella, además de evitar que fuese invadida. Pero su enfrentamiento con los sectores duros del Politburó en Moscú, el ser judío, el venir de una clase social elevada, hablar con soltura varios idiomas, haber vivido en el exterior y conocer bien el mundo fuera de Rusia, fue demasiado. Después de lograr que la URSS sobreviviera, perdió sus fueros y hasta su dacha (el palacete rural parte de los lujos que tiene la clase política rusa) y pasó a dormir con una pistola bajo la almohada para suicidarse si la KGB pretendía secuestrarlo para deportarlo a un campo de concentración en Siberia. Era el tipo de diplomático que tenía claro los objetivos para su país, y supo hacerlo. Pero en la Historia, a veces termina ganando la fuerza bruta.


Litvínov (1876-1951) se llamaba Meir Henoch Mojszewicz Wallach-Finkelstein y fue parte de una tradicional familia judía de banqueros de Białystok (hoy Polonia). A los 22 años se afilió al Partido Obrero Socialdemócrata donde adoptó el nombre con el que sería conocido. Hizo carrera en la militancia política y se exiló en Suiza de joven. Desde 1903 fue miembro de Partido Comunista como bolchevique y dos años más tarde volvió a Rusia a editar el primer diario oficial del partido. Pero al año debió exilarse en Londres. Allí estaba cuando se produjo la Revolución de 1917 y Lenin lo consideró el representante de su gobierno, aunque aun nadie reconocía al nuevo país. Fue nuevamente deportado a Moscú donde en 1918 publicó un libro fundante: The Bolshevik Revolution: Its Rise and Meaning, que al estar escrito en inglés ayudó a que se entendieran los sucesos en Rusia. Litvínov se transformó en un embajador que circulaba por Europa y al final de la Primera Guerra fue la cara hablante de ese mundo que había surgido mientras los demás se mataban en las trincheras.


Con una imagen personal simpática, dominando un buen inglés y otros cinco idiomas, vistiendo trajes impecables y con modales de la clase alta supo manejarse en los círculos de la alta diplomacia internacional. Y salvo con su jefe en el Ministerio, no tuvo mayores conflictos, a diferencia de la mayor parte de los iniciadores de la Revolución que fueron asesinados o deportados a los campos. Su postura era de fuerte presencia en el exterior, de participar en todo evento y reunión, y de muy bajo perfil en el interior para salvaguardarse de las purgas dentro del Partido. Uno de sus primeros logros fue evitar en 1920 la guerra ruso-polaca. Después obtuvo el reconocimiento oficial de Londres y París y por eso fue nombrado Vicecomisario de Asuntos Exteriores, logrando suspender el bloqueo económico impuesto por Gran Bretaña; eran misiones que nadie podía imitar. Stalin, en 1930 lo designó Comisario (Ministro) aunque ya tenía poderosos enemigos internos, a los que enfrentaba con logros internacionales. Nunca se opuso a las purgas partidarias y fue defensor de la colectivización de la tierra y la industrialización forzada, aunque significara casi diez millones de muertos, la mayor parte en Ucrania; no sabemos si ese era el precio por sobrevivir, o si estaba de acuerdo con dichas políticas internas sobre las que no tenía posibilidad de influir. Lo que le importaba era evitar el aislamiento de su país, que no se levantara lo que después se llamó la Cortina de Hierro, producto de las pésimas políticas posteriores.


Los problemas que lo llevaron al final de su carrera fueron complejos, pero con un solo origen: Alemania y Hitler. Para buena parte del Partido Comunista su crecimiento era una garantía de que se formara un nuevo bloque de poder en Europa por lo que lo apoyaron, otros lo hicieron porque el Nacional-Socialismo (Nazismo) tenía su vertiente de izquierda, socialista, hasta junio de 1934 cuando en la Noche de los cuchillos largos Hitler asesinó a Ernst Rohm y a los 85 líderes de izquierda nazis. Pocos vieron con desagrado lo que sucedía en Austria y Alemania, como lo hizo Livínov, quizás por ser judío y entender la gravedad de las leyes raciales que se estaban imponiendo. Pero la Unión Soviética desde hacía años estaba al borde de la guerra con Japón por la invasión a Manchuria (límite con China), y resultaba imposible sostener dos frentes de guerra. No debían aliarse con Alemania, pero tampoco apoyar a Francia e Inglaterra.


En ese delgado sendero, hizo cuanto pudo por mantener una situación neutral, he allí la razón de restablecer relaciones con Estados Unidos. Pero cuando Alemania comenzó a expandirse hubo que tomar decisiones. Para 1939 la guerra había comenzado y en ese tiempo triunfaba la línea dura de Moscú, a Litvínov le quitaron su poder de negociación y se exigía un pacto con Hitler. Pero Hitler manifestó que no podía tener relaciones con Rusia si el pacto lo firmaba un judío.


El 18 de abril de 1939 la plana mayor del Politburó se presentó en su despacho con la presencia de Laurenti Veria, director de la KGB, para exigirle la renuncia y reemplazarlo por Viacheslav Mólotov. Sus colaboradores fueron arrestados incluyendo el despido de los diplomáticos y el personal judío. Mólotov era un hombre del Partido, militar, que miraba con recelo el mundo exterior, y a los tres meses firmó el acuerdo con Hitler y poco después Rusia invadió Finlandia como otro país imperialista más.


Como era de prever, en junio de 1941 Alemania avanzó sobre la Unión Soviética olvidándose de lo pactado. Litvínov, a quien no pudieron presentarle acusación alguna, fue designado embajador en Estados Unidos en donde logró el envío de las armas que ayudaron a terminar de repeler a los alemanes.


Finalmente, la guerra -la Gran Guerra Patria, así la denominaron los rusos- fue mucho más cruenta de lo que quizás hubiera sido con una gestión de paz –hubo cerca de 33 millones de civiles y militares soviéticos muertos-, pero esa es una historia contrafáctica que no podemos hacer. En 1946 se levantó la llamada Cortina de hierro, comenzó la Guerra Fría que duraría cuarenta años en que la URSS se encerró del resto del mundo, para derrumbarse cuando se abrió a él. Hoy Litvínov es reivindicado como quien quiso gestar un mundo mejor pero que fue devorado por los propios monstruos internos que terminaron destruyendo el primer gran proyecto social del siglo XX.


El conjunto de fotografías que despertó el interés por compartir su historia nos lo presenta en distintas misiones diplomáticas.


* Especial para Hilario. Artes Letras Oficios


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