Los caballos fósiles de la pampa argentina




Portada de la obra de German Burmeister referida a los caballos fósiles localizados en Argentina.


Burmeister se ocupó del caballo fósil en el primer tomo de la serie Anales del Museo Público de Buenos Aires, publicado en 1864. Aquí lo vemos en la lámina XII incluida en dicha obra. Fotografía: reproducida en Los caballos fósiles según los estudios de Burmeister, por Hugo P. Castello. En http://hermanburmeister.blogspot.com/


Sobre ambos márgenes y al centro, arriba, tres cráneos de caballos fósiles y sus dientes. Lámina incluida en la obra de Burmeister editada en 1875.


Irina Podgorny

(Quilmes, Argentina, 1963).


Historiadora de la ciencia. Doctora en Ciencias Naturales (Universidad Nacional de La Plata, Argentina). Investigadora Principal del CONICET en el Archivo Histórico del Museo de La Plata. Profesora Invitada en universidades y otras instituciones nacionales e internacionales. Presidente de la Earth Science History Society (2019-2020), desde 2021 es miembro del Consejo de la History of Science Society (HSS), donde está a cargo de su comité de Reuniones y Congresos.


Autora de numerosos libros, este año publicó Florentino Ameghino y Hermanos. Empresa argentina de paleontología ilimitada (Edhasa, Buenos Aires, 2021) y Los Argentinos vienen de los peces. Ensayo de filogenia nacional (Beatriz Viterbo, 2021). Sus artículos se han publicado entre otras revistas en Osiris, Science in Context, Redes, Asclepio, Trabajos de Prehistoria, Journal of Spanish Cultural Studies, British Journal for the History of Science, Nuncius, Studies in History and Philosophy of Biological and Biomedical Sciences, Museum History Journal, Journal of Global History, Revista Hispánica Moderna, etc.


Asidua colaboradora de la Revista Ñ, dirige la Colección "Historia de la ciencia" en la editorial Prohistoria de Rosario, donde en 2016 se publicó el Diccionario Histórico de las Ciencias de la Tierra en la Argentina, gracias a un proyecto de divulgación científica del CONICET.


Sus publicaciones pueden consultarse: AQUÍ


Por Irina Podgorny *

En 1875, Hermann Burmeister (1807-1892), ex profesor de zoología de la Universidad de Halle y, desde 1862, director del Museo Público de la Provincia de Buenos Aires, publicaba Los caballos fósiles de la Pampa Argentina, una obra impresa por orden del gobierno. Estaba destinada a exhibirse en la Exposición Universal de Filadelfia, un acontecimiento que tendría lugar entre el 10 de mayo y el 10 de noviembre de 1876 para conmemorar el centenario de la declaración de la independencia estadounidense.


La obra se trataba de una iniciativa del propio Burmeister quien, “Deseoso de ver representado al Museo público de Buenos Aires (tan rico en restos fósiles de la Fauna extinta de Sud-América) (…), me atreví a proponer al Superior Gobierno de la Provincia se sirva a decretar una suma capaz de cubrir los gastos de la publicación de una obra contraída expresamente a describir y figurar uno de los objetos más curiosos de dicha Fauna, para que los concurrentes a aquella exposición formen idea de nuestra riqueza científica.”


Burmeister en 1874 había finalizado el volumen 2 de los Anales del Museo, donde, desde 1870, venía publicando una serie de monografías magníficamente ilustradas dedicadas a los gliptodontes guardados o exhibidos en la institución. Ese volumen había sumado más de 500 páginas y más de un disgusto, a tal punto que en su proemio de noviembre de 1874 anunciaba el fin de la serie y algo similar a un retiro:


“Siento mucho, que la publicación de esta obra ha durado cuatro años, de 1870 a 1874; pero la culpa no es mía, sino de las circunstancias insuperables y principalmente de la necesidad de mandar los dibujos para las láminas á Europa, para dejarlas ejecutar con exactitud y elegancia. Es verdad, no faltan en Buenos Aires talleres litográficos que trabajen bastante bien; pero los artistas de estos establecimientos no están acostumbrados á obras científicas, y por esta razón no salen las pruebas con la perfección necesaria. Pero, mandando los dibujos á Europa, se pierde no solamente mucho tiempo, á lo menos un medio año para los de cada entrega, sino también el artista estrangero (sic) carece de la inspección del autor; muchas veces el no entiende bien los dibujos, por falta de conocimiento del objeto, y también en algunas veces por el capricho del artista trabaja según sus propias ideas, y no exactamente según los originales de mano agena (sic). Así ha sucedido, que me he visto obligado á corregir algunas láminas, y mismo en la última entrega hay errores bastante graves, de esta clase, en ellas.


Para superar todos estos impedimentos y otros aún, que no quiero mencionar, se necesita no solamente un carácter duro y perseverante, sino también una salud completa, que pueda sostener el trabajo perpetuo, molesto e incompatible con la verdadera ocupación científica del sabio, que no tiene otros intereses que perfeccionar sus obras; principalmente si la edad del individuo ya se acerca á los años, en donde principia la senectud y la robustez juvenil se pierde. Tocándome con estos años no me conviene, trabajar más en este modo, siendo al mismo tiempo escultor, para restaurar los objetos fósiles de nuestra colección; al otro día pintor, para dibujar mis propias obras confeccionadas, y mandar las figuras á Europa; al fin autor para describirlas y vigilar la impresión no menos difícil, que la ejecución de las láminas pintadas de otra mano que la mía. Por todas estas circunstancias me veo obligado, desistir de la continuación de estos Anales en el modo principiado. Creo, poder decir, que he trabajado suficientemente, para descansar al fin sobre mis obras.”


Contaba entonces con 67 años, pero no con las críticas que los jóvenes naturalistas de la ciudad y sus coterráneos radicados en Córdoba empezaban a cargar sobre él y su obra en el museo. Quizás por ello, debió postergar el descanso y emprender este nuevo escrito que, como toda iniciativa de este tipo, revela las alianzas necesarias para sobrevivir en la ciencia decimonónica del país. Más que como “una representación del museo y de la ciencia de nuestra tierra en el extranjero”, los “caballos fósiles” deben leerse como una expresión del poder de Burmeister frente a sus potenciales competidores, sean esto los exportadores de fósiles y sus amigos de la Sociedad Rural, los jóvenes nucleados en la Sociedad Científica Argentina (establecida en 1872), los académicos alemanes de Córdoba o los profesores de geología e historia natural de la universidad de Buenos Aires.


El proemio de Los caballos fósiles es un paseo al trote por los nombres de la política que apoyan al prusiano: el Coronel Álvaro Barros (1827-1892), gobernador de la Provincia entre septiembre de 1874 y mayo de 1875, escritor y fundador de Olavarría, alguien que reconocía que, en esos años previos a la llamada “Conquista del Desierto”, el arma estratégica de los indios era la posesión del caballo. Barros, invitado por Burmeister, recorrió el museo y lejos de quedar impresionado por los megaterios, los peludos gigantes, los milodontes o los dientes de los tigres prehistóricos, “admiró la diferencia y varias circunstancias curiosas al comparar la cabeza del caballo fósil con la del actual, comparación que podía hacer fácilmente por la costumbre de examinar muchos ejemplares de cráneos de caballos actuales, en las osamentas diseminadas en nuestras campañas.”


Al aval de Barros se sumaba el de su sucesor en el cargo, Carlos Casares (1830-1883), hijo de un Cónsul español, “caballero ilustrado, amigo de las ciencias naturales y educado en su juventud en un colegio de Alemania”, quien, además se había dedicado a tareas rurales y comerciales. Lo secundaban sus ministros Aristóbulo del Valle (1845-1896), un coleccionista de arte y lector de Darwin, y Rufino Varela (1848-1911), quien con sus hermanos eran fundadores y propietarios del diario La Tribuna. Allí, en los talleres del diario, sitos en la calle de la Victoria N° 37, se imprimieron Los Caballos fósiles de la Pampa Argentina, 88 páginas en gran folio, escritas en castellano y en alemán, acompañadas de 8 litografías dibujadas por Alfred Molet y remitidas para su realización a los talleres de Carl F. Schmidt, el botánico y artista de Berlín. Probablemente se trate del ingeniero Molet, un expatriado y ex alumno de la Escuela Nacional de Artes y Oficios (Arts et Métiers) de Châlons, ciudad de la región francesa de Champaña-Ardenas. Si efectivamente es ese mismo Molet (1850-1917), en el momento de hacer los dibujos debe haber tenido unos 25 años y todavía no sabía que establecería una usina de carburo de calcio en la Provincia de Córdoba. Tampoco que, luego, se dedicaría a la fabricación en Buenos Aires de aparatos destinados al gas acetileno, cuando este, debido a la fijeza y claridad de su luz, a su potencia calorífica, su facilidad de obtención y su bajo costo, se usaba para generadores, alumbrado públicos, lámparas mineras y las de los faros.


Carl Friedrich Schmidt (1811-1890), por su parte, se había especializado en elaborar las litografías botánicas en colaboración con Otto Karl Berg, profesor de materia médica vegetal en la Universidad de Berlín. Algunos piensan que era el propietario del estudio de fotografía que con ese nombre funcionaba en Halberstadt, una ciudad de Sajonia-Anhalt. Como fuera, a diferencia de la monografía sobre los gliptodontes, Burmeister recurrió a un dibujante de Buenos Aires, pero mandó a confeccionar las planchas litográficas a Berlín. 


Aparentemente, fue Barros quien había decidido el tema de la obra a redactar, a lo que Burmeister, accedió de buen grado. El objeto era adecuado porque hablaba del pasado, pero también del presente del “suelo de nuestra tierra”: la conformidad de este animal con el actual abrazaba todas las partes del cuerpo, hasta en el número de los huesos sueltos del esqueleto. Con ello, se demostraba que la naturaleza, “con una leve modificación del tipo aceptado, era capaz de producir formas innumerables, creando esas abundantes y sorprendentes estructuras o conformaciones, que existieron en épocas remotas y viven aún sobre la superficie de la tierra, afectando su bien conocida variedad”.


 

Retrato de Germán Burmeister (1807 - 1892).


Burmeister le dejaba a los sabios de “imaginación viva y juvenil”, especular sobre las causas de esa variedad. Él se detenía en la forma pura y seria de los objetos convencido como estaba que las doctrinas de Darwin pronto caerían en el abismo del olvido por su carácter dogmático y anti científico: “La ciencia no debe dar crédito a nada que no esté probado con argumentos convenientes“- afirmaba, seguro de sí mismo, el 25 de agosto de 1875, ignorando –como Molet- que el futuro le depararía otra cosa.


* Especial para Hilario. Artes Letras Oficios


Nota del editor: Para más información se puede consultar de la autora, Florentino Ameghino & Hermanos. Empresa Argentina de Paleontología Ilimitada (Edhasa, 2021) y, sobre todo, El Desierto en una vitrina. Museos e historia natural en la Argentina, escrito junto con María Margaret Lopes (Prohistoria, 2014).


Suscríbase a nuestro newsletter para estar actualizado.

Ver nuestras Revistas Digitales