La creación de la imaginería popular y sus particularidades regionales.

Vírgenes talladas en madera con restos de policromía. Mendoza, Argentina. Siglo XIX.



Retablo de viaje. Autor: Hermógenes Cayo. Puna jujeña, Argentina Circa 1965.



Colección de imágenes talladas en madera. Autor: Ramón Cabrera. Corrientes, Argentina. Finales del siglo XX.



Santa Librada. Talla en madera, policromada. Corrientes, Argentina. Finales del siglo XIX.



San Jacinto de Polonia. Madera tallada con policromía original. Noroeste argentino. Siglo XIX.



San Pedro Nolasco. Madera tallada y tela encolada; policromía original. Con roturas y pérdidas. Córdoba, Argentina. Siglo XIX.



SERGIO DARÍO BARBIERI (Buenos Aires, 1944)

Profesor de Bellas Artes, investigador de arte, fotógrafo. Se desempeñó como investigador de la Academia Nacional de Bellas Artes para realizar el inventario del Patrimonio Artístico Nacional en varias provincias.

Ha documentado, investigado y publicado sobre arte popular religioso, devociones y exvotos.

Posee una larga trayectoria en actividades museológicas en el país y el exterior. Ha realizado curadurías de exposiciones, consultorías, cursos y conferencias sobre su especialidad. El 12 de mayo de este año se inauguró la exposición virtual “Hermógenes Cayo, imaginero de la Puna” en el Museo de Arte Popular José Hernández, de la ciudad de Buenos Aires, con su curaduría.

Tiene más de veintisiete publicaciones nacionales e internacionales.


Por Sergio Barbieri

Con diversas maderas como el cardón y el maguey para el noroeste, otras más duras para el noreste, o el higuerón, la madera de árboles frutales como el naranjo, el limonero o el guindo para Mendoza, los imagineros de diversas provincias de la Argentina han expresado sus capacidades y sapiencias.

Desde el siglo XVII y a consecuencia del Concilio de Trento que propiciaba que las imágenes no sólo fueran un objeto de puro deleite, sino un formidable instrumento de propaganda orientado a la captación del pueblo, los evangelizadores de América auspiciaron la tenencia de santos en las casas para que esas imágenes formaran parte de la vida cotidiana y sirviesen como protección a las personas, su ganado y pertenencias. Dichas imágenes, muchas veces calificadas en el siglo XVIII de "indecentes" por la cúpula de la Iglesia, fueron criticadas "(...) por la ignorancia científica del arte (...)" o directamente quemadas considerándolas indignas. Hacia 1800, cuando Benito Arias se hizo cargo del curato de Casabindo -Jujuy- mandó quemar seis esculturas por "la suma de imperfecciones con que las habían pintado".

Sin embargo, esas personas que fabricaban santos, vírgenes y Cristos para la devoción privada, siguieron trabajando para cubrir las necesidades de sus comunidades que apreciaban esas obras que eran y son, en muchos casos, consideradas primitivas, ingenua y hasta feas, toscas, mal hechas, vulgares y poco espirituales.

Esta larga adjetivación desde hace un tiempo ha sido puesta en discusión y aquella imaginería popular encontró grandes defensores en el siglo XX gracias a los estudiosos y especialistas que han ido a la búsqueda de un arte o una artesanía original, única e identitaria.

Esos imagineros, con herramientas precarias y a veces también, con limitados conocimientos de los libros sagrados y/o de la vida de los santos, lograron piezas de gran valía que se van dando a conocer y generan nuevos interesados, gustadores y coleccionistas.

Se sabe por documentos de época que en el año 1702 había en Cochinoca (Puna jujeña) un “hacedor de retablos”. La información no especifica si eran retablos de iglesia, muy normal para la época que hubiese un carpintero para tal fin, o eran los retablos portátiles que se tenían en las casas con el o los santos preferidos (acompañados de los diversos animales de los cuales eran protectores), para la devoción familiar tal como lo describe en 1935 Alfonso Carrizo refiriéndose a esas viviendas del noroeste al indicar que “ la parte más importante, el alma de la casa, es una nicho abierto donde está el santo o la virgen”.

Conocemos artesanos imagineros que desarrollaron su actividad desde el noroeste hasta Cuyo y el noreste, en los siglo XIX y XX como, por ejemplo el riojano Ruperto de la Vega; Esteban (alias San Pedro) de Salta, Andrés Arancibia, también de Salta; Salomé Guzmán en Tucumán; Justina Cárdenas, Nicéfora Díaz, Juana y Catalina Segura y José Pérez, en Mendoza y Alberto Rolando Gauna, de Corrientes.

Andrés Arancibia, que había nacido en Belén (Catamarca) en 1890, llegó a Salta en 1906 donde desarrolló su profesión de santero. Para sus tallas usaba madera de álamo o sauce, y los rostros o cabezas de sus imágenes los vaciaba con yeso en un molde, esta es una solución técnica muy utilizada en América desde la colonia. Lo mismo hizo Hermógenes Cayo (1905-1969, que se autodefinía en el padrón electoral de 1947 como "pintor") en la Puna jujeña para la confección de sus imágenes. Utilizaba madera de cardón que desbastaba con una escofina (lima para madera) y otras herramientas rústicas. En la película de Jorge Prelorán (Hermógenes Cayo, 1969) se lo ve trabajando con aquella herramienta el cuerpo de una virgen para generar los pliegues de la túnica que le cubre la espalda y se cruza en el frente del cuerpo. El rostro, como dijimos, es de molde y está vaciado en yeso; las manos, el cuarto creciente, los pies que asoman debajo de la túnica y la base son de madera más dura, quizás cedro. Con esta madera están hechos los brazos de los Cristos crucificados, como se ve en el mencionado film.

Estos artesanos antes de policromar las imágenes (Arancibia con óleos, Hermógenes Cayo con pintura industrial) cubrían las imperfecciones de la madera con tiza y cola.

Las piezas de Hermógenes tienen más gracia y mejor terminación que las de Arancibia. Hermógenes además de confeccionar las urnas grandes que solían salir en procesión en las fiestas patronales de Casabindo y Cochinoca, hacía pequeñas urnas de viaje que eran llevadas por las personas entre sus ropas o en el equipaje. Una de estas diminutas urnas se remató recientemente en Hilario.

La producción más común de los imagineros de Mendoza fue la realización de tallas que medían entre 10 y 30 cm. en maderas de higuerón, naranjo o limonero. Existen varias colecciones particulares en la provincia con estas obras. Además, hacían otras de aproximadamente 5 cm, de alto que eran usadas por las señoras que las llevaban en sus bolsos y los soldados en sus mochilas.

Estos santeras y santeros mendocinos, antes nombrados, generaron un estilo para sus creaciones de mayor tamaño con las siguientes características: 

- diseño piramidal,

- hieráticas y frontales,

- poca profundidad,

- talla completa de la imagen y sus atributos (flores, palmas, etc) o el Niño Dios en el caso de las vírgenes o de San Antonio,

- los paños de la vestimenta rígidos y sin vuelo,

- espalda recta, lisa, sólo con incisiones indicando los pliegues de las vestimentas.

Las herramientas que usaban eran también pocas y rústicas. Los pequeños detalles de estas imágenes eran realizados con navajas y fragmentos de vidrios sacados de botellas rotas.

Yendo al noreste, nos encontramos con otro imaginero de calidad como Ramón Cabrera, de la ciudad capital de Corrientes. Él también realizó piezas que no superan los 7 cm y que están talladas con excelencia como la Santa Catalina de Alejandría, la Virgen de Itatí, Santa Librada, San La Muerte y el Pombero, entre otros. San la Muerte ocupa un sitio importante dentro del santoral profano. Se lo representa sentado y sosteniendo su cabeza con una o las dos manos cuyos codos apoyan en las rodillas. Cuando aparece de pie lleva la guadaña que sostiene con su mano derecha. Es protector de matrimonios desavenidos, "abogado" en cuestiones de juegos de azar, infalible para recuperar objetos perdidos y para causar daño a alguien o para contrarrestarlo. Se confeccionan en madera, plomo de balas y en huesos humanos. El Pombero es el más popular de los duendes correntinos. Es bajo y fornido y siempre aparece con su gran sombrero de paja. Tiene los pies velludos y es un gran fumador. Es un fiel amigo en el que se puede confiar en cualquier momento de necesidad. Santa Librada es una versión femenina del Cristo crucificado. Según la leyenda, para escapar a los atractivos de su belleza así como del pretendiente que su padre le había asignado, rogó a Dios que le hiciera crecer la barba. El padre, entonces, la hizo crucificar. Es requerida por los evadidos de la justicia que escapan de los policías que los buscan. Se recita, para su protección lo siguiente; "Santa Librada / sácame bien / de esta disparada".

En el libro Patrimonio Artístico Nacional, Provincia de Corrientes (1), editado por la Academia Nacional de Bellas Artes, hemos consignado en la introducción la existencia de imágenes pequeñas probablemente de Cabrera y en las pags. 201/202 incorporamos una preciosa y agraciada imagen de San Antonio de Padua que está sentado y leyendo, de 11,5 cm. y del siglo XX. En dicho libro asimismo, incluimos quince piezas de las más de treinta que inventariamos de imaginería popular, las que eran desconocidas hasta el momento porque estaban en manos de particulares y no se había hecho un registro de dicho material. Son, por lo general, talladas en madera y policromadas. Algunas tienen influencia paraguaya y las caracteriza un lenguaje conciso, carente de excesivos datos realistas. Hay varias representaciones de Cristo Crucificado acompañado por un ángel arrodillado, que recoge en un cáliz la sangre que mana de su costado. Esta atractiva iconografía tiene sus antecedentes en grabados alemanes del siglo XV.

En traslasierra, Córdoba, se ha generado desde el siglo XIX una imaginería de calidad, originalidad y de fácil identificación por su método constructivo. Son tallas de madera semidura, de apenas unos centímetros de profundidad. Los mantos y otras piezas de las vestimentas son de tela encoladas, los rostros de yeso y los atributos como estandartes o la maqueta de la iglesia en el caso de Santo Domingo de Guzmán son piezas independientes, mide 33 cm., o el San Pedro Nolasco, de 31,5 cm. Hubo una gran producción de estas piezas que abarca el santoral casi completo.

En este rápido recorrido por la imaginería popular de nuestro país hemos podido constatar la existencia de imagineros de valor y capacidad creativa tanto en el siglo XIX como en el XX. Estamos seguro que nos hemos olvidado de algunos pero los aquí incluidos han marcado una huella y un camino imposible de soslayar a la hora de valorizar la creatividad popular.

Nota:

1. Adolfo Luis Ribera, Héctor H. Schenone, Iris Gori y Sergio Barbieri: Patrimonio Artístico Nacional, Provincia de Corrientes. Buenos Aires. Academia Nacional de Bellas Artes. 1982.


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